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Mis excusas sin fundamento no funcionan ante la artillería que mi madre me ha lanzado durante una hora. Estoy cansada, de seguir en este juego de volver a conquistarla, con la idea del juicio y justicia. ¿Fue buena idea contarle lo de anoche? Malditos hubiera que me clavan un puñal en el pecho y hacen que me cuestione de mis decisiones. 

Por una parte, se disculpa por dejarme sola, pero, también se queja de mi actitud prepotente. Entonces, ¿qué esperaba que hiciese? ¿esconderme? ¿llamar o gritar? Nada de eso sirve ahora, la gente no ayuda, solo graba de sus móviles el mal de los demás y los comparte. 

Su caminar por toda la sala me empiezan a poner nerviosa, da vueltas y no dice nada. Arranco el pellejo a los costados de la cutícula de mi índice. Lo repito inconscientemente en cada dedo de mi mano derecha. Lo mejor es permanecer en silencio, hasta que...

— Me recuerdas a Lydia —me dice, mientras se tumba en el sofá. 

Cruza sus brazos, y esa mirada que juzga mi actuar. Levanto ambas manos y copio su pustura. 

— ... mi amiga de la secundaria. Era tan obstinada, berrinchuda... — desliza sus manos hacia los muslos — y se mantuvo en la idea de eliminar el uso de pajita. Recuerdo esas noches donde venía a casa, con esos pliegos de cartulina y me obligaba a decorarlo. Siempre se molestaba por mis críticas hacia el uso de cartulina y los árboles que mataba cada semana. Entonces... una noche, solo me escapé por la ventana de mi cuarto, salté en el jardín de tu abuela y caminé seis manzanas. Me detuve en la ferretería, me armé de provisiones y al llegar al colegio, solo agité el aerosol e hice el mural anti-pajita. En mi defensa, Lydia no tendría que volver hacer papelógrafos que eran fácil de romper o quitar; y me gustaba pintar murales. Nunca se lo mencioné a mi madre, porque diría que era para bandálicos, y me echaría de casa. 

— No creo que mi abuela te mandara fuera de casa. Pero, es verdad que antes la sociedad era muy juiciosa. Siempre lo ha sido. Los artistas, en vida son juzgados y luego de su muerte, son amados. ¿Irónico, no?

— ¿En qué momento creciste tanto? — se levanta, me rodea con su brazos y me da un beso en la frente. 

— Mis terapias han ayudado mucho. Pero, sin el amor de mi mamá no hubiese podido seguir adelante —ahora soy quien la rodea y la apretuja. 

— Aunque mi decisión me imponga pensamiento negativos, aunque todo se empiece a desmoronar, y quiera sucumbir; quiero apoyarte, tal como lo hice con Lydia. Pero debes prometerme que te vas a cuidar, perdí a Lydia y a Jess, no quiero perderte. Vienna, prométeme que todo será un asunto legal, y que luego del veredicto final, aceptarás la respuesta y continuarás, ¿okay?

— No me vas a perder. Aceptaré la respuesta del tribunal y ese será el final de esa parte de nuestra vida. Con respecto, a cudiarme...

— ¿Qué hay con eso? —disuelve el abrazo. 

— Ese tipo es de los que les gusta provocar. No sé en que momento todo se volvió algo físico. Quizás...

— ¿Quizás? 

Me ha pillado. Me muerdo la lengua, pero está claro que debo decir la verdad. 

— Quizás es su respuesta a mis comentarios —trato de justificarme, pero me sale muy mal —No podía dejar que estuviese tranquilo, así que, hice una visita a su universidad y le entregué una carta; luego, en la cena familiar, le dije que era un asesino. Por eso, me apuntó con un arma, y vino con su gente a tratar de asustarme. 

Definitivamente, todo suena muy mal al repetirmelo en la cabeza. Dirijo mi vista por encima del hombro, sus mejillas están de un carmesí violento y se pasa ambas manos sobre el rostro. 

QuimeraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora