Capítulo 13 - No sé qué hacer - Rian.

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Hay decisiones de las que me arrepiento

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Hay decisiones de las que me arrepiento.

Gente que quería a la que no sigo viendo.

Tirando de carrete – Belén Aguilera 


Había días en los que me costaba todo. Me costaba levantarme de la cama por las mañanas e ir a clase. Me costaba entrenar toda la tarde o estudiar hasta la madrugada. Me costaba tener que ser el compañero de Aiden y aguantar su ineptitud. Pero al final siempre encontraba la motivación suficiente para hacerlo. Si quería seguir en la escuela, tenía que rendir. Si quería lograr ser el mejor duelista, tenía que entrenar. Lo mismo pasaba con el imbécil de Aiden. Podría soportarlo. Hasta yo veía todo el potencial que tenía.

Solamente había una cosa para la que no encontraba motivación suficiente y era responder a las llamadas de mi familia. A los recordatorios constantes de que no lo iba a lograr. Que iba a fracasar. Que ser duelista no era un sueño realista. Que tenía que buscar algo que me diera de comer el resto de mi vida. Que tenía que pensar en lo mejor para todos... Pero a ninguno de ellos le importaba lo que yo quería. O lo que era lo mejor para mí.

Había veces en las que la presión que sentía sobre la espalda me impedía avanzar. Me oprimía. Me dificultaba la respiración. A veces, luchaba con todo lo que tenía para borrar ese sentimiento. Otras, incluso pensaba en rendirme, en ceder y volver a casa. Como aquel día.

Llevábamos dos semanas corriendo sin parar durante todo el entrenamiento. Corría hasta que las piernas me ardían y me fallaban las fuerzas. Quería volver a entrenar para los duelos y para ello, solamente tenía que recorrer los veinticuatro kilómetros en menos de cuatro horas. No parecía tan difícil, pero el terreno no ayudaba. Era imposible.

Tampoco entendía donde encontraba Aiden la fuerza para no rendirse. Era extremadamente malo en la mayoría de las asignaturas. Parecía que le faltaban los conocimientos básicos de cualquier mago. Yo no podía entender qué había estado haciendo toda su vida. Lo más grave no era que no supiera activar bien el protector térmico, que se aprendía a los diez años. Ni la construcción del escudo, que se aprendía a los doce años. Sino que tenía problemas en los hechizos más básicos, en los que aprendías con seis o siete años. Y a pesar de eso, tenía un poder fuera de serie. Cómo lo odiaba.

Cuando llegué a mi cuarto, después del entrenamiento, me dejé caer sobre la cama deshecha, antes siquiera de molestarme en meterme en la ducha. Como si hubieran sabido como tenía los ánimos, el teléfono sonó pocos segundos después. Eran mis padres.

Siempre dudaba y nunca quería hacerlo, pero aquel día me costó un poco más.

—Hola —contesté antes de que se cortara la llamada.

—Rian, ¿cómo estás? —preguntó mi madre desde el otro lado de la línea.

—Bien.

—¿Qué tal los entrenamientos?

—Bien —repetí. No valía la pena darles más detalles. Ni siquiera les importaba.

—¿Qué tal te llevas con el nuevo compañero?

Esa pregunta me pilló desprevenido. Yo no les había contado nada de ese tema y tardé demasiado en responder.

—Bien también —y mi voz tembló al decirlo.

Oí una fuerte respiración del otro lado de la línea. Era mucho pedir que no se hubiera dado cuenta, estaba claro que lo había pillado al vuelo. Mi cabeza empezó a pensar en posibles excusas, necesitaba algo, una idea, un clavo ardiente al que agarrarme. Si mi madre se enteraba de todos los problemas que había tenido con Aiden, volvería a lo mismo de siempre.

—Me alegro, cariño —dijo después del silencio y esas palabras me confirmaron que lo sabía. Ella siempre lo sabía todo.

No podía responder. ¿Qué se supone que le tendría que decir?

—Si en algún momento te sientes solo —dijo rompiendo nuevamente el silencio—, sabes que puedes volver a casa. Aquí tienes tu vida y tus amigos. Nos tienes a nosotros. No tienes porqué pasarlo mal. No hay nada que te retenga ahí. Piénsalo, ¿vale?

Asentí, incapaz de hablar. ¿Qué se supone que debería de responder? ¿Qué se suponía que debería de hacer?

Igual nada de aquello tenía sentido. Igual mi madre tenía razón.

Victoria ColateralDonde viven las historias. Descúbrelo ahora