Cena.

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El repetitivo trote de los caballos hacía ecos en sus sensibles oídos. Escuchando cada tanto alguna ave o alguno de sus tantos caballeros hablar entre ellos de cualquier cosa que se les viniera a la mente.

Abrió la ventanilla, fijándose cuanto faltaba. Llevaba tres días desde que salió de ese maldito castillo lleno de desolación; que en vez de ser un hogar, era su prisión. La casa donde residió hasta ese momento.

Por los comentarios de los caballeros, faltaba poco para llegar a su destino. El castillo de la diadema dorada, el lugar principal de la emperatriz y el emperador. Nombrado así por el antiguo emperador.

Vio algunos pájaros volar en el lienzo soleado del cielo. Sentía envidia de ellos, demasiada.

Tenían libertad.

Él estaba condenado a servir a la corona hasta el día de su muerte. Era el "pilar principal" de la salvación de su nación, un Omega vendido a la nación vecina a cambio de un acuerdo diplomático. Y debía tener tantos hijos como fuera posible, más hijos varones para suceder el trono.

Demostrar su valía como todo Omega, ser fértil y hermoso.

La lágrima cayó sin contemplación.

Peter conocería a su prometido ese día.

Y tenía miedo.

Ya no era alguien tan joven, el peso de su edad afectaba su autoestima como Omega, sus encantos no eran los mejores a comparación de otros y no creía que sus feromonas fueran dulces como todo Omega, un aroma que encanta a los Alfas.

No tenía eso y más. Cientos de defectos tenía, eso sabía a la perfección. ¿Pero qué podía hacer contra eso? Ya nada de eso importaba, no podría cambiar fácilmente.

No era nada valioso, ni útil. Y aun así, fue vendido.

Fue intercambiado como un objeto. Tenía sentido que su prometido fuera un horrible Alfa más del montón al aceptar ese horrible tardo inhumano.

─Mi señor, estamos entrando al Imperio de los grandes O'hara. ─fue la baja voz de su mejor caballero.

─Entiendo. Gracias, Sir Noir.

Esa era la señal.

A partir de ese momento, debía actuar con delicadeza, como un Omega.

A partir de ese momento, la palabra libertad solo era una palabra más.

A partir de ese momento, sería solo para ese Alfa desconocido.

·•·•·•·•·•·

No paso mucho tiempo antes de que ingresara al castillo y fuera llevado a una gran habitación para ser bañado y vestido con finas telas.

Algo totalmente incómodo para el Omega, quien acostumbraba a hacerlo solo al sentir pudor de que lo vieran en ese estado vulnerable.

─Vera a Su Majestad, mi señor. ─verbalizo la criada que lo arreglaba. Una adorable beta de nombre Peni. ─Su Majestad pidió que lo lleváramos al comedor principal para cenar. ─pasó el peine por última vez por esas castañas hebras. ─ ¡Estoy segura de que Su Majestad quedará fascinado! ─mascullo desbordando alegría.

Alegría que se le contagió a Parker.

Era una buena persona, un consuelo de lo que ahora sería su vida en ese sitio.

Otra criada entró, avisando que ya era hora de asistir a la cena junto al emperador.

Ocultando su persistente miedo a lo desconocido, se levantó de su asiento. Caminando con elegancia y glamour por los pasillos que atravesaba, como lo haría un Omega.

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