Percy no dormirá solo.

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02

•Percy tenía un medio hermano ¿Eso es genial, no?

Adhara Black

El sol se estaba poniendo tras el pabellón del comedor cuando los campistas salieron de sus cabañas y se encaminaron hacía allí.

Nosotros los miramos desfilar mientras permanecíamos apoyados contra una columna de mármol. Annabeth se hallaba aún muy afectada, pero prometió que más tarde vendría a hablar con nosotros y fue a reunirse con sus hermanos de la cabaña de Atenea: una docena de chicas y chicos de pelo rubio y ojos verdes como ella.

Annabeth no era la mayor, pero llevaba en el campamento más veranos que nadie; eso podrías deducirlo mirando su collar: una cuenta por cada verano, y ella tenía seis. Así pues, nadie discutía su derecho de ser la primera en la fila.

Luego pasó Clarisse, encabezando el grupo de la cabaña de Ares. Llevaba un brazo en cabestrillo y se le veía un corte muy feo en la mejilla, pero aparte de eso su enfrentamiento con los toros de bronce no parecía haberla intimidado. Alguien la había pegado en la espalda un trozo de papel que ponía ―¡Muuuu! pero ninguno de sus compañeros se había molestado en decírselo.

Después del grupo de Ares venían los de la cabaña de Hefesto: seis chavales encabezados por Charles Beckendorf, un enorme afroamericano de quince años que tenía las manos del tamaño de un guante de béisbol y un rostro endurecido, de ojos entornados, sin duda porque se pasaba el día mirando la forja del herrero. Era bastante buen tipo cuando llegabas a conocerlo, pero nadie se había atrevido nunca a llamarle Charlie, Chuck o Charles; la mayoría lo llamaba Beckendorf a secas. Según se decía, era capaz de forjar prácticamente cualquier cosa; le dabas un trozo de metal y él te hacía una afiladísima espada o un robot-guerrero, o un bebedero para pájaros musical para el jardín de tu madre; cualquier cosa que se te ocurriera. 

Cuando hubo desfilado todo el mundo, ingrese junto con Percy y el ciclope al pabellón y lo guíe entre las mesas. Las conversaciones se apagaron al instante y todas las cabezas volvieron a nuestro paso.

— ¿Quién ha invitado a...eso? —murmuró alguien en la mesa de Apolo.

Vi a Percy tirar una mirada fulminante en aquella dirección.

Desde la mesa principal una voz familiar dijo arrastrando las palabras:

—Vaya, vaya, pero si es Peter Johnson... lo único que me quedaba por ver en este milenio —el señor D me miró—. Almara Dalk ¿Cuándo volviste? 

—Mi nombre es Percy Jackson... señor.

—Ayer Señor D., pero me la pase en la enfermería ayudando a los hijos de Apolo.

El señor D bebió un sorbo de su Coca-Cola Diet.

—Sí, bueno... Lo que sea, como decís ahora los jóvenes.

—Nadie dice así —repliqué.

El señor D me ignoró. Llevaba la camisa hawaiana atigrada de siempre, un short de paseo y unas zapatillas de tenis con calcetines negros. Con su panza rechoncha y su cara enrojecida, parecía el típico turista de Las Vegas que ha ido de casino en casino hasta altas horas de la noche. Detrás de él, un sátiro de mirada nerviosa se afanaba en pelar unas uvas y se las ofrecía de una en una.

El verdadero nombre del señor D es Dioniso. El dios del vino. Zeus lo había nombrado director del Campamento Mestizo para que dejase el alcohol y se desintoxicase durante cien años: un castigo por perseguir a cierta ninfa prohibida del bosque.

¹Adhara Black | HP × PJDonde viven las historias. Descúbrelo ahora