1 - El Dios de la Guerra

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El joven abrió los ojos con la misma decepción que los había cerrado la noche anterior y suspiró molesto. Miró al techo de su amplia y lujosa habitación, pintado de manera exquisita por los mejores artesanos, lleno de detalles dorados que iluminaban el lugar con luz natural cuando amanecía. Se levantó de la cama que carecía de fastuosas colgaduras o adornos y mientras las sábanas caían al suelo una larga cicatriz en su espalda, que comenzaba en su hombro derecho y terminaba cerca de su cadera izquierda, quedó al descubierto. No parecía ser la única, a medida que la luz del sol entraba a la habitación por una rendija de la ventana que no había sido totalmente cerrada con las amplias y pesadas cortinas color rojo vino, se podía apreciar otras cicatrices a lo largo de su musculoso cuerpo, pero la más intimidante era una que tenía en su rostro, específicamente en su ceja derecha que le daba un aspecto salvaje. Su juventud no pegaba con este cuerpo cubierto de marcas de guerra, parecía como si simplemente hubiera quemado muchas etapas de su vida en un solo pestañazo. Aunque recién hubiera cumplido veintiseis años en su mirada yacía la experiencia de alguien mucho mayor. El lugar se hallaba totalmente desprovisto de muebles a excepción de la cama, una mesa, un par de sillas y un armario. Una única pintura colgaba de la pared, el marco dorado tenía talladas con exquisito detalle rosas que se entrelazaban por todo el borde y mostraba a una joven y hermosa mujer de ojos grises y sonrisa amable ataviada con un hermosísimo vestido, joyas y un elaborado peinado plagado de finos adornos.

Un hombre entró de repente en la habitación sin tocar o anunciarse antes. Usaba un gorro y ropa de una excelente manufactura con colores oscuros, tenía el cabello negro largo atado con una cinta y unos sigilosos pero honestos ojos.

- Así que te sigues aprovechando de ser mi consejero para entrar aquí cuando te place Kudume – dijo el joven con un toque sarcástico en su voz dirigido al intruso – Eres bastante atrevido, sabes que si fuera otra persona no tendría tanta suerte como tú... tal vez es porque me caes bien – añadió caminando desnudo hacia el ropero en busca de algo para ponerse.

- Joven amo, me parece que no debería hacer ese tipo de comentario sin haberse vestido antes, podría ser malinterpretado - dijo Kudume sin perder la compostura ante la provocación mientras hacía una leve reverencia con la cabeza.

- Era solo algo para refrescar el ambiente, es que... este lugar no me acaba de parecer real luego de tanto tiempo fuera, a veces me pregunto cómo es que pude vivir aquí sin aburrirme, en esta pequeña burbuja de cristal aislada del mundo real – suspiró el joven – esta tranquilidad me asfixia, me irrita.

- ¿Entonces preferiría volver a la guerra? – preguntó Kudume alcanzándole un cinturón.

- No es eso... las guerras son algo terrible, matar no está bien... - añadió con una mirada sombría, como si un súbito recuerdo enturbiara su mente mirando hacia su enorme espada que descansaba apoyada en la pared dentro de su funda dorada, alargó la mano y tocó la empuñadura del mismo material que tenía tallada la cabeza de un dragón.

- ¿Y eso lo dice usted... el "Dios de la Guerra"? – dijo enfatizando la última frase - Suena algo irónico y contradictorio si me permite opinar – aunque la cadencia de su voz se mantenía calmada las intenciones de sus palabras eran una clara provocación

- Eso del Dios de la Guerra es algo exagerado – se defendió el joven haciendo un gesto con su mano para restarle importancia – simplemente fui allí porque no tuve otra opción, mi padre ya está bastante entrado en años y francamente no lo imagino sobre un caballo agitando una espada, alguien tenía que proteger el imperio... Naito siguió mis pasos como guerrero poco después pero el resto de mis hermanos menores, bueno, aún son muy jóvenes e inocentes para sentir el sufrimiento que causa tomar la vida de alguien, así que simplemente es mi deber como primogénito protegerlos y evitar a toda costa que algún día lleguen a un campo de batalla.

El Dios de las espadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora