7 - Cerezos que florecen

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El príncipe abrió los ojos sin que nada a su alrededor hubiera cambiado. Bueno, algo si parecía haber cambiado, esa mañana Kudume no había venido a hacerle compañía, podía ser que tuviera alguna reunión con los sabios o algo parecido. El aburrimiento era demasiado. No era algo raro si lo pensaba detenidamente, no habían mandado a ninguna otra candidata después de la que él había rechazado y últimamente ni su padre lo convocaba para los consejos de guerra. Así que simplemente no tenía nada que hacer, solo entrenar y francamente hoy no le apetecía. Esta semana pensaba comenzar a encargarse de ver propuestas de negocios, los impuestos y otros documentos que su padre apenas revisaba y dejaba en manos de sus concejeros desde hacía algunos años atrás. Ya que estaba en el palacio debía hacer algo útil, se sentía como un vago viviendo en tal riqueza sin hacer algo para merecerlo.

No agradecía la soledad de esta mañana, pero si el hecho de que Kudume no viniera a informarle que una joven enviada de un lejano reino lo esperaba. Sabía que ni su padre ni los integrantes del alto consejo de Jensgerdh se darían por vencidos aún, pero no le importaba en absoluto. Era algo irónico, eran países totalmente diferentes pero de alguna rara manera habían logrado ponerse de acuerdo sin haberse visto nunca, en querer obligarlo a hacer lo que ellos querían.

Caminó hacia el palacete que se hallaba dentro de la laguna y allí se sentó en unos cómodos cojines que siempre estaban dispuestos con esa función. Alguien lo sorprendió de repente sacándolo de sus pensamientos.

—Si yo estuviera en su lugar simplemente no lo pensaría más y huiría de aquí.

—Sabes, me alegro de verte Kudume —dijo el príncipe sin sonreír mostrando una absoluta seriedad en su voz.

—Oh, no me diga que me ha extrañado, eso es en realidad conmovedor —dijo Kudume con ironía —pero cada vez que me ve aparecer sabe que es por algún motivo ¿cierto?

—Algo me decía que mi mañana no iba a ser tan calmada como esperaba ¿qué quiere mi padre esta vez? —suspiró el príncipe irritado.

—Me temoque no es su padre —respondió Kudume logrando una mirada de sorpresa en losojos del príncipe —Jensgerdh ha enviado a su última candidata y me temo que conella también han llegado ciertas noticias de nuestros colaboradores que podríanpresionarlo a la hora de tomar una decisión porque...

—Su alteza, con su permiso —los interrumpió una joven doncella con una gran reverencia dedicada al príncipe, el color negro de su uniforme denotaba precisamente de dónde venía, del palacio principal.— su señoría, lo solicitan con urgencia los concejeros del palacio del sol —añadió dirigiéndose a Kudume con sumo respeto sin mirarlo directamente a los ojos, debía de ser algo muy importante pues los sirvientes jamás se atreverían a interrumpir la conversación de alguien de la familia imperial a no ser que fueran enviados por el mismísimo emperador.

—Notardaré y le ruego que esta vez espere por mí antes de rechazar a la candidata,hay algo muy importante que debería saber antes —dijo Kudume muy serio mientrasse iba tras la doncella— espere por mí...

Al príncipe le entró curiosidad al ver la insistencia con la que Kudume le había repetido que lo esperara. Esto nunca había pasado antes.

—Nunca he sido del tipo obediente después de todo —dijo de manera traviesa saliendo del palacete y caminando por los pasillos rumbo al salón de visitas donde se tropezó con su hermano Naito que ni siquiera lo miró. Venía absorto en sus pensamientos y con mucha prisa. De repente oyó algo que lo hizo detenerse, y olvidarse de su hermano, eran risas, ¿Había alguien divirtiéndose en este lugar?

Siguió el sonido de esa risa, tan refrescante como el amanecer plagado de rocío en medio del campo. Eso se oía como la libertad misma y él quería saber de dónde provenía. Llegó al jardín principal guiado por su oído. Se hallaba vacío, salvo por lo que parecía ser una niña, a juzgar por su corta estatura. Desde donde estaba Seiken solo podía ver su espalda, tenía el cabello muy largo completamente suelto frente a un árbol de cerezo que recientemente había florecido fuera de estación. Su vestido, de color azul marino, no coincidía con ningún uniforme de los sirvientes del palacio y cerca de sus pies descalzos, en un pequeño montón habían ricos adornos para el cabello, peinetas, joyas, un velo azul pálido y cintas. El príncipe intrigado se comenzó a acercar con lentitud.

El Dios de las espadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora