28 - La bestia interior

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Logro llegar a la orilla jadeando por el esfuerzo y sintiendo que el frío lo calaba hasta los huesos. Apenas podía moverse, como no podía nadar por la herida en su hombro, había sido arrastrado por la corriente del río de manera tan violenta que se había golpeado con las piedras más de una vez. Vomitó, tosiendo casi toda el agua que había tragado, se viró bocarriba, calculaba que tendría al menos un par de huesos rotos, y sentía en las costillas una fuerte punzada cada vez que respiraba. No podía concentrarse, el dolor era demasiado y en tantos lugares a la vez que no lo dejaba pensar con claridad.

Mientras temblaba sin control tratando demantener sus ojos abiertos, una rama crujió y sus sentidos se agudizaron derepente tratando de definir si se trataba de un animal o de quienes loperseguían. Apretó los dientes escuchando el sonido de pasos en la nieve,alguien se acercaba con cautela. Intentó, sin éxito, reunir las pocas fuerzasque le quedaban para tratar de girarse y hacerle frente a quien fuera que seestuviera acercando, pero su cuerpo no respondía. Su vista se comenzó a nublar yjusto antes de perder el sentido pudo vislumbrar de manera borrosa una figuraoscura envuelta en un grueso abrigo de piel.

Un delicioso olor invadió su nariz, su hermana de seguro estaba cocinando el estofado que le gustaba tanto. Se sentía caliente, seguro, envuelto en una mullida manta. Escuchaba el fuego, crepitar muy cerca, intento moverse, pero todo el cuerpo comenzó a dolerle de repente. Abrió los ojos lentamente, deseando con todas sus fuerzas que todo hubiese sido una horrible pesadilla. Pero no lo era, todo había pasado de verdad.

Escucho pasos, alguien entro a la casa, su agudo sentido del olfato le indico que era alguien que conocía y el hecho de que aún estuviera vivo lo corroboraba. Nadie salvaría a un niño bestia, eran una especie muy temida, por esto solían vivir alejados de las grandes ciudades, en lugares aislados del mundo. Su raza, los lobos azules, eran amantes del frío, así que buscaban las montañas más heladas para vivir. Así garantizaban su supervivencia, su pueblo era el último que había quedado cerca de la civilización. Los ancianos jefes no habían querido mudarse lejos porque en su gran mayoría los habitantes eran mujeres viudas, un puñado de soldados sobrevivientes de la guerra y niños huérfanos, entre los que se encontraban su hermana y él. Hizo un esfuerzo por levantarse, pero unas fuertes manos se lo impidieron.

—Aún no deberías moverte, estás vivo casi de milagro. Tus heridas son graves —dijo el hombre quitándose el abrigo.

Su cabello, bigote y barba blancos quedaron al descubierto. Apenas tenia algunas arrugas en su cara, lo que indicaba que en realidad no era tan viejo como el color de su cabello indicaba. Su cara, aunque lucia amable, con sus grandes ojos verdes, tenia una extensa y fea cicatriz que cubría el lado izquierdo de su cara desde la ceja hasta la barbilla. Su barba estaba trenzada y tenia la punta amarrada con una tira de cuero de la que pendía un anillo plateado. Se quitó los guantes mostrando unas manos rudas y toscas con las que acomodo al niño con cuidado para que estuviera casi sentado.

—No sé cómo diablos hiciste para sobrevivir en ese río y con una flecha clavada en el hombro. Realmente tuviste mucha suerte —añadió con un largo suspiro.

—Cazador... —musitó el niño con débil voz

—Solo ustedes me llaman así, quizás deberías intentar con mi nombre... Hasleight —lo interrumpió mientras servía estofado en un plato y con una cuchara se lo ofrecía al niño, que cerro sus labios con fuerza, rechazando el alimento.

Preguntándose por un momento si era correcto que comiera aunque tuviera hambre, si era correcto que aún respirara, que siguiera vivo. De tantas personas, quería saber que era lo que lo hacía tan especial para haber sobrevivido y la respuesta vino más rápido de lo que esperaba. Nada, no había absolutamente nada, solo el hecho de que alguien más se hubiera sacrificado por él, cuando debería haber sido al contrario. ¿Qué lo hacía merecedor de estar aquí disfrutando de la calidez del fuego y una buena comida?

—Pequeño, tienes que comer, debes recuperar tus fuerzas —suspiro nuevamente— eres el único sobreviviente, el último vestigio de tu aldea. El único que puede recordar a todos los que ya no están, el único que los puede mantener vivos al menos en tu memoria

El niño abrió la boca y acepto el bocado, mientras masticaba lágrimas involuntarias comenzaron a brotar. Solo quedaba él, nadie más. Estaba vivo, podía sentir el dolor confirmándolo en cada parte de su ser.

Señalo hacia su ropa que estaba colgada cerca del fuego secándose. El cazador se paró y reviso la ropa sacando un collar y una placa metálica que hizo que sus ojos se abrieran con sorpresa

—¿De dónde sacaste esto? —pregunto visiblemente alterado

—Hombres asesinos —respondió el niño mientras alzaba su mano— ¿Dónde? —pregunto señalando la placa.

—Ya veo, apenas hablas el idioma humano, eres muy inteligente niño, al menos me puedes entender bien

—¿Dónde? —insistió

—Y eres bastante testarudo, además, este es el escudo de Tsubekami. Aunque no entiendo que demonios harían ellos por aquí, no tiene ningún sentido.

—¿Dónde? —repitió de manera obstinada mientras su voz se volvía más débil

—¿Y qué piensas hacer si te lo digo?

—Ir... matar... —balbuceó

—Tú solo no puedes matar a un imperio, no puedes ir así como así solo porque encontraste esto

—Hermana —dijo el niño señalando el collar con sus últimas fuerzas

—Te entiendo, entiendo tu dolor. Es terrible lo que te paso a ti y a tu familia, pero el país de Tsubekami está en guerra en la frontera sur, nunca vendrían tan al norte. Estas son tierras de nadie, llenas de temibles bestias y peligros desconocidos —negó con la cabeza— y nunca masacrarían a un pueblo entero de hombres bestia sin motivo alguno, su guerra es con los hombres, no con ustedes... hay algo muy raro aquí...




El Dios de las espadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora