27 - Diosa

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Las grandes puertas de la muralla se abrieron y el bullicio exterior era simplemente ensordecedor. Miles de personas ovacionaban con gran alegría. La calle principal había sido despejada, manteniendo contenido el pueblo a ambos lados con sendas filas de soldados imperiales. Delante del carruaje de Akanemi marchaban al menos cien soldados a caballo en ordenada procesión y tras ella pudo ver aún más carruajes separados entre sí por más grupos de soldados. Las personas vitoreaban y lanzaban pétalos de flores, los niños corrían de un lado a otro jugando y riendo. También se podía sentir en el aire el delicioso olor de los restaurantes y puestos ambulantes de comida. Era un mundo totalmente diferente aquí fuera lleno de vida sin restricciones, sin reglas.

—Hinako, el día que llegue a palacio había mucha gente dentro de la muralla, incluso subían las escaleras ¿Por qué hoy no había nadie? —preguntó Akanemi curiosa

—Bueno, aparte de que hoy es el desfile. Para pasar las murallas necesitas un permiso especial que solo tienen los sirvientes y algunos comerciantes que tienen permitido entrar y salir ciertos días de la semana. Pero esto no significa que puedan entrar al palacio —explico Hinako— muchos de los comerciantes entregan sus mercancías en la entrada del palacio a sirvientes que las reciben, porque para entrar al palacio necesitan otro permiso que solo puede ser expedido por el emperador, los príncipes o las concubinas. Incluso los nobles y los visitantes diplomáticos de otros países necesitan este permiso para entrar y salir libremente.

Mientras Hinako hablaba, Akanemi no pudo evitar notar que algunas personas de la multitud bajaban su cabeza para rezar y alzaban sus manos cuando el carruaje pasaba frente a ellos.

—Están pidiéndole que como su nueva diosa les traiga salud, prosperidad y cosas buenas a sus vidas. Normalmente, estos son eventos raros y no suceden muy a menudo, solo cuando un emperador se casa, o nace un príncipe o princesa, o se casa el primogénito. Hay muchísimas personas que viajaron al enterarse de la boda desde lugares muy lejanos solo para recibir su bendición, alteza.

Akanemi se sintió rara, imaginando lo que se sentiría estar entre el pueblo, viendo el carruaje con una diosa dentro. Sintió un súbito sobrecogimiento de solo imaginar lo que su sola presencia significaba en este momento para los miles de personas presentes, mientras el desfile continuaba acompañado de los diferentes sonidos que los rodeaban.



El Dios de las espadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora