—No tengo derecho a estarlo —lo interrumpió Kazue poniendo en su voz toda la firmeza que pudo, mientras lo miraba con una intensidad que indicaba todo lo contrario. Su cara tenía una expresión rara entre la furia y la tristeza—. Solo soy tu compañera de armas, así que debería estar feliz por ti.
—Eres más que mi compañera de armas y lo sabes —dijo Seiken con un tono afligido en su voz.
—Algún día tenía que pasar, eres el próximo emperador. Así que era algo lógico que en algún momento te casaras —añadió Kazue con un suspiro de inevitable derrota.
—Esto es solo un matrimonio por conveniencia comercial, un acuerdo entre ambos países —explicó Seiken con rapidez— esta unión no significa absolutamente nada para mí. Sabes bien que solo quiero estar contigo...
—Eso siempre fue imposible —lo interrumpió Kazue con un gesto de su mano, mientras comenzaba a caminar alejándose de él—. Le he brindado a tu padre y al imperio las más grandes victorias y me ha premiado de muchas maneras. Incluso tengo mi propio lugar en el palacio, algo por lo que muchos nobles hasta matarían por obtener —bajó la cabeza ocultando la triste expresión de su rostro al hablar— pero ambos sabemos que nunca entregaría a su primogénito a alguien como yo.
—No digas eso... —comenzó Seiken mientras alargaba su mano intentando alcanzarla
—Si lo digo —afirmó Kazue a la vez que daba un par de pasos hacia atrás, trazando una clara distancia entre ambos—, mi vida es la guerra, yo sería incapaz de solo estar entre estas cuatro paredes obedeciendo normas y siendo el recipiente de los futuros herederos. Eso sería una sentencia de muerte para mí —añadió mientras la irritación era evidente en su voz solo con imaginar semejante futuro.
—Si lo quisieras, aún podrías ser mi...
—¿Tu concubina? —Su voz sonó triste al interrumpir a Seiken mientras sonreía de manera irónica—. No me siento ofendida por tu propuesta porque sé que nunca me convertirías en tu amante. Eres demasiado bueno como para relegarme a ese denigrante papel sabiendo lo que me sucedería, por eso me propones ser tu concubina. Así, al menos tendría un lugar a tu lado. Pero, ¿en serio no sabes mi respuesta a esa pregunta?
—No quiero dejarte ir, no así —dijo Seiken con un profundo dolor reflejado en su voz. Haciendo caso omiso de los intentos de Kazue de alejarse todo lo posible, caminó hasta ella y acarició su mejilla con suavidad. El rostro de la joven se torció en un gesto de dolor, como si, en vez de una caricia, estuviese recibiendo una herida mortal.
—No me estás abandonando, quien se rinde soy yo —dijo mientras soltaba un largo suspiro—. Siempre supe que este día llegaría, tarde o temprano tendríamos que separarnos. Sabes lo que siento por ti, lo profundo de mis sentimientos. Me has correspondido, pero sé que no me amas con la misma intensidad que yo a ti —quitó la mano de Seiken con suavidad de su rostro—. Fue bueno mientras duro, así que hasta aquí es lo más lejos que podemos llegar —finalizó tratando de mantener la calma y que su voz no se quebrara
Se mordió el labio inferior, rogando porque él entendiera el enorme sacrificio que estaba haciendo justo en este momento. Estaba tratando de controlarse mientras su cuerpo solo deseaba aferrarse a él, aunque fuese por una sola noche más. Le dolía el pecho, ante el esfuerzo sobrehumano que estaba haciendo para no sucumbir ante sus deseos de mantenerlo a su lado. Esta era la mayor angustia que había sentido en su vida, incluso más fuerte que cualquier herida recibida en su cuerpo en una batalla. Así era como se sentía el dolor de dejarlo ir.
Seiken le lanzó una triste mirada, la conocía demasiado bien. Sabía que detrás de esa impasible cara ella estaba sufriendo, pero debía respetar su decisión. No debía abrazarla ni confortarla, esto dañaría su orgullo y su aparente calmada postura. Él ya había escogido su camino y estas eran las consecuencias, el resultado de ser una persona con tanto poder y responsabilidad sobre sus hombros. Estaba entendiendo las palabras de Kudume de la peor manera posible, haciendo sufrir a alguien muy importante para él, quizás la más importante. Finalmente, se dio por vencido sin decir nada más y la dejó completamente sola.
Kazue estalló de repente, llena de furia y frustración. Mientras abandonaba su tranquila postura, tomó la espada que las doncellas previamente habían puesto en la habitación y la desenvainó. Arremetió gritando con iracunda energía contra todo lo que tenía enfrente: mesas, sillas, muebles, paredes. Todo lo que veía servía para descargar su dolor. Cortó y rompió en pedazos todo lo que alcanzaba con su espada. Mientras el sentimiento destructivo solo parecía crecer en su interior. Ahora mismo deseaba estar en el campo de batalla, sus ansias de descargar estos sentimientos negativos no eran satisfechas con simples objetos. Necesitaba matar, era la única sensación que ponía su mente en blanco.
Se detuvo con la misma rapidez con la que había comenzado, mientras la espada resbalaba de su mano, haciendo un fuerte sonido metálico al chocar contra el suelo. Cayó de rodillas con la respiración agitada y el cabello desordenado. Hundió la cara entre sus manos mientras Jinzo, el joven sirviente que la había recibido, entraba, se agachaba a su lado y luego la abrazaba con fuerza.
—Hermana, puedes llorar si quieres —dijo con voz suave—. No dejarás de ser fuerte por dejar salir tu dolor.
—Ya lo dejé salir a mi manera. Ahora solo tráeme el vino más fuerte que haya en las bodegas —dijo secamente apartando al hombre mientras miraba hacia el suelo con expresión sombría.
Una de las sirvientas entró corriendo, al parecer alertada por el alboroto, y se llevó ambas manos a la boca sorprendida ante el destrozo.
—¡Limpien todo de inmediato! —ordenó Jinzo—. Su ama no está de buen humor
La joven doncella solo asintió levemente y se retiró con rapidez.
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El Dios de las espadas
FantasyEn un mundo donde los dioses una vez caminaron junto a los humanos incluso sacrificando más que su inmortalidad. Tierras lejanas donde la magia es algo casi extinto que solo unos pocos elegidos pueden usar y las bestias míticas que antiguamente goza...