8 - Cruda realidad

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Durante todo el camino hacia el salón de visitas, Seiken estuvo extrañamente pensativo y callado. Kudume lo seguía de cerca también sin decir palabra alguna, al parecer inmerso en sus propios pensamientos. Cuando entraron algo sorprendió al príncipe, el salón se hallaba completamente vacío.

—¿Qué clase de broma es esta Kudume? —preguntó Seiken molesto— Me dijiste que la última candidata ya había llegado ¿Dónde está?

—Al parecer la acaba de conocer en el jardín principal —dijo Kudume con una terrorífica calma, mientras en la cara del príncipe se podía apreciar la sorpresa de haber recibido tal noticia.

—No puedes estar hablando en serio, se ve que apenas es unos años mayor que Shakori, es una niña...

—No, no lo es —refutó Kudume de manera cruel— y ella sabe perfectamente cuál es su función aquí —añadió con frialdad

—¿Cómo pudieron ellos enviar a alguien así? —soltó enojado

—Su padre espera por su decisión

—No lo haré, no me casaré con ella —afirmó Seiken ofendido— es demasiado joven.

—¿Para los deberes maritales? —preguntó Kudume sin rodeos sorprendiendo al príncipe— en Jensgerdh las jóvenes pueden contraer matrimonio a partir de los doce años...

—Estamos en Tsubekami —lo interrumpió el príncipe— aquí para casarte debes tener al menos dieciocho, si no es mayor que eso ni siquiera lo pensaré —añadió cruzándose de brazos de manera obstinada.

—Está bien, si esa es su decisión finalentonces será enviada de regreso... y morirá.

—¿Qué quieres decir con eso? —preguntó Seiken sorprendido.

—Digo que en sus manos está la vida de esa joven —la voz de Kudume estaba tan calmada que casi parecía inexpresiva— digamos que los señores de Jensgerdh están "algo" molestos porque usted ha rechazado a sus candidatas. Así que lo han tomado como un insulto, como que ellas no están a su altura, como que no queremos aliarnos con ellos. Según nuestros colaboradores, en Jensgerdh tienen una costumbre, la persona que deshonre su país definitivamente no merece vivir, y esas jóvenes al ser rechazadas por usted han llevado la vergüenza a su hogar, por que no fueron lo suficientemente buenas como para satisfacer sus expectativas, así que ellas...

—¿Han muerto?... Las... ¿Las han matado?... —preguntó Seiken abrumado mientras por su mente cruzaba de manera fugaz la imagen de la joven que había rechazado un mes atrás en este mismo salón y luego la cara de Akanemi con su dulce risa— ¿Cómo han podido ellos?... —preguntó furioso apretando los puños.

—Cadanación tiene sus costumbres, no podemos juzgarlos por eso, nadie nos juzga porlas nuestras —dijo Kudume analizando la cara de su amo de manera calculadoraatento a cualquier gesto para tener algún comentario listo, sabía lo que estabahaciendo, lo sabía perfectamente. Estaba llevando la conversación precisamentehacía donde quería y ya prácticamente había logrado su objetivo.

—Lo único que quería era no tener que casarme por razones políticas —casi murmuró Seiken con los ojos cargados de culpa, su cara llena de ira daba miedo— nunca esperé que esto fuera tan lejos

—Ya se lo dije antes. Usted, precisamente usted no puede darse el lujo de casarse por amor, mientras más grande sea quien tome las decisiones más grande es el resultado ya sea bueno o malo. Eso lo sabe mejor que nadie al ser un gran estratega militar, toda victoria conlleva sacrificios —dijo Kudume mirando al príncipe directamente a los ojos de manera gélida, su voz sonaba seria como nunca antes— Su padre está impaciente, usted es el siguiente sucesor y tiene sobre sus hombros el futuro de Tsubekami. Es hora de que ponga los pies sobre la tierra y tome una decisión —añadió mientras suavizaba un poco su tono de voz— Puede hacer lo que quiera, pero cualquiera que sea la decisión que tome definirá muchas vidas y afectará el futuro de este reino y del continente. Supongo que ese es el precio de ser alguien tan importante.

La cara del príncipe se transformó simplemente había bajado la cabeza y parecía estar muy confundido, era el momento exacto para acorralarlo, para preguntar— ¿Qué será entonces? ¿Entrega una libertad que nunca fue suya realmente o deja a la joven morir?

—Eso es chantaje —dijo alzando la vista enojado y lanzando una mirada asesina a su consejero.

—Usted no la conoce, solo sería una más de las candidatas que ha rechazado antes —dijo Kudume con tal crueldad que Seiken lo miró como si no lo conociera

—No puedo dejar morir a alguien inocente solo por mi deseo egoísta de irle a la contraria a mi padre y al alto consejo de Jensgerdh, eso es algo infantil, cruel

—Entonces el inquebrantable príncipe de Tsubekami, va a ceder ante una mínima provocación, ante un simple chantaje para obligarlo a casarse con una joven que para los de Jensgerdh es simplemente mercancía —Kudume bajó la cabeza, cerró los ojos y murmuró —sigue siendo tan amable después de todo —su voz volvió a ser la misma de siempre cuando añadió— usted me ha decepcionado, nunca creí que el dios de la guerra caería tan fácilmente fuera del campo de batalla sin ser atravesado por lanzas o espadas, simplemente herido por la culpa y unos ojos verdes

—Eres mi consejero —dijo Seiken completamente derrotado— ¿Qué me aconsejas? —La cara de Kudume cambió suavizándose de repente, había logrado su objetivo.

—Lo siento amo, pero esa es "su" decisión.

Seiken alzó la vista de repente, la resolución brillaba en sus ojos y la ira también. La inseguridad de antes había desaparecido totalmente y su cara había vuelto a ser la de antes, el dios de la guerra había regresado, el que tomaba decisiones implacables cuando se trataba de matar o morir.

—¿A dónde se dirige amo? —preguntó Kudume de repente aunque ya sabía la respuesta.

—A ver ami padre, hay una boda que preparar.

Mientras Seiken se alejaba por el pasillo rumbo al palacio principal Kudume sonreía mientras murmuraba.

—Aún le falta un largo camino, pero va a ser un buen emperador aunque necesite un pequeño empujón para lograrlo... Umori —añadió alzando la voz y un hombre vestido de negro, envuelto en una capa, con la cara cubierta entró al salón— Asumo que oíste todo.

Umori asintió levemente

—Necesito saber si la información enviada por los colaboradores acerca de las doncellas es cierta, tal vez fue una mentira creada para presionar al emperador o directamente al príncipe.

—Pero lo usaste aún sin haber comprobado si era cierto o no, eso es realmente cruel.

—Era algonecesario. El dios de la guerra está perdiendo sus habilidades por estar tantotiempo en este lugar, eso es algo que no puedo permitir sobre todo si quieroayudarlo a lograr sus sueños y a que por fin este reino obtenga el emperadorque merece y yo la venganza que deseo. Una vez que este casado será libre denuevo de salir de este lugar —añadió Kudume pensativo— pero si sabían que lopresionarían con esa información significa que tenemos un espía en palacio.

—Tiene suerte de tener a alguien como tú a su lado.

—Creo que es al revés, soy yo quien tiene suerte de servir a alguien como él —suspiró Kudume— ahora vete y averigua quién está tras este escenario que está siendo demasiado bien desplegado.

Por la mente de Kudume pasó una imagen fugaz de un niño de ojos grises y cabello oscuro que le tendía la mano de manera amable. Era el recuerdo del día mas triste de su vida, pero al mismo tiempo del momento en el que había empezado a servirle a Seiken. El niño que le había salvado la vida solo por el hecho de haberle extendido su mano a alguien que debía morir por orden del emperador. Toda su familia había sido condenada, solo faltaba él por unirse a ellos en el más allá y este niño ignorando su nivel social, o el hecho de ser un príncipe, lo había salvado. Fue la primera vez que Seiken se enfrentó abiertamente a su padre, la primera de muchas veces. Kudume sonrió.

—Mi vida no me pertenece desde ese día, le pertenece a él. Así que haré todo lo posible para que no sea en vano el hecho de que aún respiro.










El Dios de las espadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora