4 - Príncipe mal educado

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El joven príncipe salió al jardín de su palacio, su ceño fruncido demostraba su evidente molestia.

- Definitivamente me siento como si no perteneciera aquí...

- Un lugar impresionante, si puedo dar mi opinión, amo – dijo Kudume con una voz que significaba todo lo contrario – jamás lo hubiera imaginado, si no trabajara aquí y lo hubiera visto con mis propios ojos tal vez ni lo creería – suspiró de manera hipócrita provocando que una leve sonrisa sarcástica aflorara en los labios del príncipe - un ingenioso arquitecto por orden del emperador Ryngaku creó este lugar, a nadie se le hubiera ocurrido antes... cinco palacios dentro de otro

- Querrás decir, una jaula dentro de otra – dijo el príncipe visiblemente molesto – solo a mi abuelo se le ocurriría semejante broma de mal gusto – añadió mirando con furia mal contenida al exquisito jardín con plantas de vistosos colores, algunas recortadas con formas de animales, e incluso una laguna con un islote en medio donde habían construido un pequeño palacete, lleno de cojines de vistosos colores para reposar en las tardes y noches de calor, que se comunicaba con la orilla mediante un puente de madera preciosa con dragones tallados con tal precisión que parecía que cobrarían vida en cualquier instante y saldrían volando.

La mirada Seiken lucía como si estuviera quemando todo lo que veía. Semejante extravagancia tanto del palacio como de sus habitantes se sentía como una ofensa para quienes luchaban ofrendando sus vidas en el campo de batalla. Toda la familia imperial vivía así, ajena a todo sacrificio, dolor o penuria. Ninguno de ellos conocía el olor de la sangre o de las pilas de cadáveres siendo quemados mientras el humo ascendente enturbiaba el cielo. Jamás habían escuchado el sonido del metal de las armas chocando, luchando por obtener la victoria a toda costa.

- Joven amo, usted sabe que simplemente no vine al palacio del fuego a hacerle una visita de cortesía ¿cierto? – dijo Kudume de repente poniendo una mirada de seriedad que daba miedo.

- ¡Ah! Con que ahora quieres hablar en serio – dijo el príncipe con una carcajada - ¿ya te cansaste de jugar conmigo? Me decepcionas, no pensé que arruinarías la única diversión que tengo en el día de esta manera – añadió a la vez que su cara daba un cambio radical, al menos mientras se reía lucía amable, ahora que había dejado de sonreír parecía como si una bestia se hubiera apoderado de su alma, solamente su mirada podía hacer que tu cuerpo temblara preguntándote si habías conocido al mismo demonio encarnado en un hombre.

- La nueva candidata ha llegado ¿qué piensa hacer?

- No soy un príncipe maleducado, por supuesto que iré a recibirla. Pero dile al conductor del carruaje que no lo guarde en las caballerizas... no planeo que esto dure mucho – dijo el príncipe con un frío tono de voz – nadie me amarrara a este palacio, todavía no, no lograrán ganarme de esta manera, yo seré quien elija, nadie lo hará por mí...

Unos minutos más tarde, en el salón de visitas la nueva candidata, con su rostro cubierto por un velo, junto a su doncella esperaba sentada obedientemente, como una rara y exuberante flor en medio del fastuoso decorado de las paredes, los jarrones y exquisitas obras de arte. La ropa de la joven, de rica manufactura, era de un color rosa pálido con flores blancas pintadas a modo de estampado que resaltaba en el salón. Su cabello castaño oscuro estaba recogido de manera impecable en un hermoso peinado plagado de perlas, peinetas de nácar y otros adornos que lo embellecían aún más. Su doncella iba vestida de manera tan sencilla que ni se notaba su presencia al lado de su señora, que brillaba con todo su esplendor.

El joven príncipe entró, su sola presencia parecía cortar el aire con una espada invisible. Miró de manera gélida a la joven que se sorprendió al verlo aparecer de repente con semejante rudeza. Levantó el velo con sus pálidas y temblorosas manos que parecían de porcelana al igual que la blanca piel de su rostro. Sus ojos carmelitas recordaban el color de la madera, sus labios pintados de rojo intenso asemejaban fresas maduras. Pero nada de esto parecía provocar nada especial en el príncipe, que bajó la cabeza aburrido. La joven intentó alzar su cara con orgullo, pero la mirada de Seiken la aterraba logrando que su vista bajara al suelo. Las historias que había escuchado acerca de este hombre eran horribles, pero estar frente a él lo era aún más. Su sola presencia era aplastante, la hacía sentir como si alguien hubiera vaciado todo el oxígeno de la habitación. Sintiendo una gran presión en su pecho abrió la boca para decir algo, pero el príncipe fue más rápido.

- Sé que vienes de Jensgerdh, que has hecho un largo viaje, que sabes cantar, leer, escribir, recitar poemas y tocar algún instrumento musical entre otras virtudes que sinceramente no son importantes para mí. Solo si tienes algo que decir que merezca mi atención escuchar permaneceré en la habitación - dijo el príncipe tan de repente con fuerte voz que sorprendió no solo a la joven, sino también a la doncella y a Kudume que por un instante quedó sin habla y luego simplemente negó con la cabeza baja murmurando – parece que ha adquirido algo de práctica en rechazar mujeres, eso definitivamente fue... rápido – sonrió disimuladamente divertido - y nada delicado.

La joven bajó la cabeza confundida, no parecía estar preparada para dar ese tipo de respuesta. "Una chica obediente después de todo, que ya no sabe cómo pensar por sí misma, solamente repite de manera mecánica todo lo que ha aprendido, lista para de manera sumisa complacer al hombre y ser una mera figura de decoración a su lado" pensó el príncipe mientras se levantaba y abandonaba la habitación seguido de cerca por Kudume.

- En realidad si no soy yo, será alguien más – dijo de repente.

- ¿De qué habla amo? – preguntó Kudume asombrado.

- Al final si no me caso con ella le buscarán un marido entre personajes políticos y adinerados, es algo entendible. Ella solo es una herramienta para obtener algo que alguien más poderoso desea, que no puede quejarse o intervenir en su propia vida, yo no planeo dejarme utilizar de esa manera... por nadie...







El Dios de las espadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora