|Prólogo|

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La noche era fría, oscura y tormentosa. En las calles reinaba el silencio, que sólo era interrumpido por el casi imperceptible ruido de la lluvia chocando contra el pavimento. Los rayos cruzaban el cielo, iluminándolo todo durante un instante, pero luego la oscuridad volvía a reinar.

La calle en la que él se encontraba en ese momento, estaba casi inundada por la feroz tormenta que se estaba desatando, pero eso no le impidió salir de su escondite para buscar algo de comida. Cuando pisó un charco, el agua se movió, y él pudo ver su reflejo borroso en ella. Sus orejas oscuras parecían dos conitos de helado de chocolate, sus ojos eran como dos grandes faroles, y sus bigotes, junto a todo su pelaje oscuro, estaba brilloso por la lluvia. No le importó empaparse, ya que, en ese momento, el hambre que estaba sufriendo era casi insoportable.

Caminó rápidamente hacia unos botes de basura que estaban frente a la vereda en la que estaba su escondite, a la salida de una linda casita de tejas rojas. Arañó todas las bolsas de basura que encontró a su paso, sacando desechos para todos lados, hasta que, casi cinco minutos y veinte arañazos después, encontró un pedazo de lo que parecía ser pescado. Feliz, lo tomó entre sus dientes y pegó media vuelta para cruzar la calle nuevamente. La lluvia le tapaba la vista, pero, gracias a sus instintos, pudo encontrar el camino fácilmente. Hubiera entrado a su caja de cartón, si un pequeño estruendo de algo rompiéndose no le hubiera captado la atención.

Soltó el pescado dentro de su "casita", y se puso derecho, irguiendo las orejas para escuchar mejor, pero ése sonido no volvió a sonar.... Al menos, no hasta unos segundos después.

Muy curioso, volvió a cruzar la calle, esta vez con un objetivo muy distinto: saber por qué había escuchado eso.

Se dirigió a la casita de tejas rojas, saltó la cerca de entrada, y se movió silenciosamente hasta sentarse en el alfeizar de una ventana. Asomó su rostro al cristal, y pudo ver, a través de él, un salón con paredes amarillas y sofás verdes. Hubiera pensado que estaba lindo, si no hubiese sido por el hecho de que había partes de floreros tirados por todos lados, y una mesa ratona dada vuelta.

Alguien gritó, y sólo ahí se dio cuenta de que allí había dos personas. Una mujer y un hombre, ambos jóvenes, por lo que pudo ver. Estaban gritándose tan fuerte que el gato que los observaba pensó que se iban a quedar sin voz de un momento a otro. Ella movía los brazos, como intentando explicar algo, y él sacudía un par de papeles frente a su cara, con sus ojos abiertos más de lo normal. El gato ladeó la cabeza, confundido.

¿Por qué se estaban gritando?

Parpadeó en cuanto el hombre se desplomó en el sofá, agotado, y se colocó las manos en la cara, soltando los papeles. La mujer seguía gritándole, casi llorando, pero dejó de hacerlo en cuanto él, repentinamente, se levantó y le propinó una fuerte cachetada.

El silencio que reinó durante unos instantes en ese salón se extendió hasta afuera, o eso pensó el animal, porque ni siquiera escuchaba a la lluvbia cayendo en la calle, ni a los truenos sonando en el cielo. Estaba tan atento a la situación, que sintió la fuerte tensión que surgió entre la pareja.

—¿Acabas de golpearme?

—¡Tú te lo buscaste!

—¡¿CÓMO TE ATREVES?!

Esas fueron algunas palabras de lo que el gato pudo distinguir de la conversación, porque lo demás sólo eran exclamaciones de enojo e indignación. El pobre felino se estaba quedando sordo de tanto griterío, por lo que decidió irse. En esa casa sólo estaba ocurriendo una pelea matrimonial, y de esas escuchaba casi todos los días.

Se bajó de la ventana, y caminó a la cerca, escuchando y sintiendo la lluvia nuevamente. Justo cuando se subió a la madera para saltar a la calle, sus orejas se pararon de nuevo, y un maullido de sorpresa escapó de su boca al escuchar una pequeña explosión detrás de él.

LAS HUELLAS DE LOS RECUERDOS [✔️]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora