|Capítulo 13: noche de tormenta|

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La lluvia se mezclaba con las lágrimas que se derramaban sobre sus mejillas. Estaba arrodillado en el barro, sintiendo como el tipo le sostenía ambas manos detrás de la espalda, evitando la posibilidad de que pudiera defenderse. Su corazón latía desenfrenado, y su boca emitía sollozos tan fuertes que por momentos no parecían humanos. El cielo parecía estar cayéndose por la tormenta que se estaba desatando, y el fuerte viento hacía que los ojos le picaran aún más, debido a las partículas que volaban por ese campo.

—¿Ves que fácil que es? —le preguntó el tipo frente a él, ladeando la cabeza y sonriéndole. El joven comenzó a llorar, si era posible, más fuerte. —Esta cosa de aquí, se llama arma. —levantó el objeto, frente a su cara. —Puedo moverla hacia allí, apretar el gatillo y ¡BOOM!

—¡NO! —gritó, desgarrándose la garganta, al ver que apuntaba hacia un hombre inconsciente tirado en el suelo, varios metros a su izquierda.

Los pocos sujetos que se encontraban allí, comenzaron a reír, burlándose de la desgracia del chico que lloraba. Éste miró fijamente a los ojos de su atacante, sin importarle los comentarios ofensivos que buscaban ser chistosos, y hundió las cejas, triste y asustado.

—Por favor, no le haga nada, por favor... —rogó.

—Prometí que no iba a hacerlo si no me desobedecías, pero me desobedeciste. ¿Qué tengo que hacer entonces, muchacho? —preguntó, haciéndose el pensativo.

Un rayo atravesó el campo a la lejanía, pero nadie le tomó importancia. Todos estaban mojados de arriba a abajo, pero era mejor salir a hacer el trabajo sucio días así, cuando nadie podía ser testigo de lo que sucedía.

—Yo... Yo... Haré lo que me pidas, lo juro. Pero no lo mates, por favor...

—¡Respeto! —le gritó, haciendo que llorara y cerrara los ojos con fuerza.

—L-lo... Lo siento, se-señor... Haré lo que me pida... —corrigió, temblando por el agua fría, el viento, y el miedo.

El hombre se alejó de él, para ir a hablar con uno de sus ayudantes. El joven, por más que aguzó el oído, no pudo escuchar absolutamente nada. Ni siquiera veía por la lluvia y la casi completa oscuridad que reinaba en el campo. Sus sollozos ya eran incontrolables, y el tipo que tenía atrás parecía que ya se había cansado de sostenerle las muñecas, porque había bajado la intensidad de su fuerza. Vio hacia el piso, tosió, y escupió un poco de sangre, debido al corte que le habían hecho en el labio cuando lo arrastraron fuera de su casa, a la fuerza.

Cuando el jefe de los atacantes volvió, lo hizo con la pistola guardada en su bolsillo, lo que fue un alivio para él, que temía por la vida del desmayado de su izquierda.

—Llévenlo a la camioneta. Asegúrense de que esté en su cama, durmiendo. Si tienen que desnudarlo y secarlo para que piense que no le ocurrió nada, háganlo. —ordenó. Señaló a dos sujetos. —Avoine y Derek, vayan ustedes, que son los más delicados.

El tipo que lo sostenía lo soltó, mientras iba hacia el sujeto tirado, y junto con su compañero lo levantaban. Uno lo tomó por debajo de las axilas, y el otro de los pies, y así lo llevaron hacia una de las enormes camionetas negras que estaban aparcadas a unos metros, frente a un establo. El chico los siguió con la mirada, pero, cuando alguien lo tomó del mentón, rápidamente el pánico se hizo presente de nuevo en su cuerpo.

Su pobre corazón parecía a punto de estallar por la ansiedad y el suspenso a no saber qué le podía suceder en esos minutos que lo separaban de las doce de la noche.

—Te perdonaré sólo esta, Dühr. —dijo el jefe, mirándolo fijamente a sus ojos. —Y no te pediré nada a cambio sólo porque hoy estoy de buen humor. Pero me fallas una vez más... Y te encontrarán tirado en el suelo de tu departamento con una bala en la cabeza, como le sucedió a Scarlett. ¿Quieres eso?

LAS HUELLAS DE LOS RECUERDOS [✔️]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora