|Capítulo 16: intrusos y tragedias|

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Menos mal que justo se había sostenido por el umbral de la puerta, porque, sino, hubiera terminado en el piso debido a la fuerza con la que Clara se le lanzó sobre su espalda, colgándose como un mono otra vez, pero sin que él pudiera verla.

No se había quedado callada un sólo segundo en las diez benditas cuadras que él había tenido que estar cargándola boca abajo, olvidándose del hecho de que se le podría haber subido toda la sangre a la cabeza. Cuando finalmente sus ojos dieron con la casa de paredes grises, abrió como pudo la reja, y tuvo que esperar a que Clara encontrara las llaves en el bolsillo de su saco rosa chillón. Como había comenzado a notar que se le estaba dificultando la tarea, él mismo (mientras Clara comenzaba a hacerle comentarios morbosos que ni quería repetir) había tenido que manosear las prendas de la chica hasta dar con el maldito manojo. Entraron a la casa, y Clara hizo saber que quería estar en su cama (y Diego no supo si era en la de ella, o en la suya propia), así que la ayudó a subir por las escaleras, ya que seguía tambaleándose.

Y ahí habían llegado. Diego, haciendo un esfuerzo casi inhumano para no quejarse, la cargó en su espalda hasta que llegó a la cama, se dio vuelta, y la dejó caer, haciendo que ella emita un «¡Wiiiiii!», como si fuese una niña pequeña.

—¡Al fin! —exclamó la fémina, quitándose los zapatos con sus pies, y escalando por su cama hasta llegar a reposar su mejilla en la almohada, boca abajo. —Estoy tan agotada. ¡Y eso que no he bailado casi nada!

—Tú y yo tenemos una charla, ni pienses quedarte dormida. —la molestó Diego, sentándose en la orilla del colchón, lejos de ella. Clara entornó los ojos, analizándolo, y luego se comenzó a reír, sin razón alguna.

“Esto va a ser complicado”, pensó el joven.

—¿De qué íbamos a hablar? Lo he olvidado.

—De tus celos.

—¿Mis... Celos? —se sentó, y la cabeza casi se le fue para adelante, pero pudo mantenerse derecha. —¿Celos...de...? ¡AHHH!

Diego pegó un respingo ante el grito.

—¡Sí! Ya me acuerdo. —admitió, y fue gateando hasta Diego, que intentó alejarse lo más posible cuando la notó prácticamente encima de él. —Esa perra tetas de goma se te estaba insinuando y besando y...

—Primero el principal, debes tratar a la gente con respeto. —la cortó, tomándola por los hombros para hacerla hacia atrás, y que apoyara el trasero en el colchón, ya que estaba arrodillada. —¿Y qué tiene que se me estuviera insinuando y besando?

—¡Que no podía!

—¿Por qué?

—Porque... A ti no te van las rubias. —se cruzó de brazos, apartando la mirada hacia la ventana, en donde se podía apreciar la oscuridad de la noche.

Diego no supo si reír o no. Clara estaba hablando muy en serio, o bueno, de la manera más seria que podía estar en su estado de drogada.

¿Y de dónde había sacado eso de que a él no le iban las rubias?

—¿Se puede saber en dónde escuchaste eso? —elevó una ceja, entre divertido y curioso.

Clara tragó saliva. Sus sentidos no estaban funcionando correctamente, por eso es que su cerebro no parecía querer parar las palabras que salían sin vergüenza alguna de su boca, antes de que pudiera arrepentirse. No le importaba nada, es más, era capaz de hablar hasta quedarse dormida, sabiendo que al día siguiente se levantaría con un dolor de cabeza que le haría ver estrellas, y que volvería a ser la misma chica de siempre, callada pero, a la vez, divertida a su manera.

LAS HUELLAS DE LOS RECUERDOS [✔️]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora