|Capítulo 19: el comienzo del fin|

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Un pitido.

Eso fue lo primero que distinguieron los oídos de Diego, luego de que una explosión horrorosa destruyera una de las paredes que estaban cerca de su celda. Sentía la cabeza pesada, y tenía una tos que amenazaba con hacerle escupir los pulmones. Quejándose, se colocó boca abajo, tratando de impulsarse con sus codos hacia arriba, y poder arrastrarse por el suelo cubierto de hollín que se presentaba debajo suyo.

Emitió un grito grueso cuando sus brazos fallaron, haciendo que su cara terminara en el piso de nuevo, y comenzó a respirar por la boca, buscando aire. El uniforme anaranjado que le habían puesto ayer por la tarde se le pegaba al cuerpo, haciéndolo sentirse acalorado, y el pitido había disminuido un poco, permitiéndole distinguir gritos, disparos, y ruidos metálicos.

¿Qué demonios estaba pasando?

Abrió un poco los ojos, intentando pararse de nuevo, y notó, a través de una nube blanquecina que parecía dejarlo un poco ciego, que a unos metros de él había una persona tirada. No quiso ni siquiera saber quién era, estaba seguro de que no iba a reconocerlo debido a que tenía la mitad de su cara ensangrentada, por lo que siguió arrastrándose, hasta que llegó a los barrotes de la celda.

Se sostuvo fuertemente, como si su vida dependiera de ellos, justo cuando se escuchó otra explosión, esta vez mucho más lejos. Los gritos y disparos seguían; varios presos golpeaban contra las celdas, ansiando poder salir y ver qué era lo que sucedía, saber por qué todo el mundo parecía estar tan alborotado.

Diego se sentó, tan agitado que parecía que había corrido una maratón de cien kilómetros. Tosió fuertemente, escupiendo saliva, y giró el cuello, para ver fuera de la celda.

Todo era un caos de humo, fuego, y personas tiradas en el suelo.

Más bien, oficiales.

Apretó los labios, mascullando un par de maldiciones, volviendo la vista a su regazo. Salvo que, en el medio de eso, sus ojos captaron otra cosa que le llamó la atención al instante.

La puerta de su celda estaba abierta.

La. Maldita. Puerta. De. Su. Celda. Estaba. Malditamente. Abierta.

Su cerebro tardó muchísimo en hacer mover sus brazos y piernas, para poder ponerse de pie, ayudándose con los barrotes. En ese momento odió ser tan alto, debido a que se sentía demasiado mareado como para estar completamente erguido. Tosió, de nuevo, y fue agarrándose de la celda, dando pasos lentos, como si fuese un bebé aprendiendo a caminar, hasta llegar a la puerta abierta.

—¡HAY QUE SALIR DE AQUÍ!

—¡NOS VAMOS A MORIR!

—¡OYE, TÚ! ¡SÁCANOS DE AQUÍ!

Diego cerró los ojos con fuerza, en cuanto el humo de la explosión llegó al pasillo, al igual que las llamaradas de fuego, que iban avanzando por una especie de líquido que se desparramaba por el suelo. Escuchó los gritos de varios presos, pidiendo su ayuda, pero no podría cumplir sus deseos por más que quisiera.

Estaba demasiado débil.

Y no sabía por qué.

¿Qué le había pasado?

Sus rodillas fallaron, y cayó como un saco de papas al suelo otra vez, golpeándose la cabeza. Salvo que, al menos, ahora su cuerpo estaba fuera de su celda.

Tenía que ponerse de pie, arrastrase, o algo, pero no podía pedir ayuda.

Nadie podía ayudarlo allí.

—¡Louis! ¡LOUIS! ¡¿A DÓNDE DEMONIOS VAS?! —escuchó un grito.

Entonces, su mente comenzó a recordar imágenes.

LAS HUELLAS DE LOS RECUERDOS [✔️]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora