|Capítulo 22: traidores|

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—¿Qué hacemos aquí? —preguntó Melinda, viendo la oficina antigua de Wilson.

Nickolas se internó en ella sin importarle que otros los estuvieran viendo. La mayoría estaba más concentrado en atender llamadas telefónicas, programar allanamientos, o salir corriendo a combatir el crimen. Desde que había ocurrido el incendio, era como que todos los oficiales estaban más atentos a sus trabajos. Habían reforzado la guardia, despedido a aquellos a los que se consideraban holgazanes, y aumentado las horas de oficio de todo el personal, para que no ocurriera algo parecido a la tragedia otra vez.

Nickolas encendió la computadora de su antiguo jefe, impaciente, mientras tomaba asiento frente a ella. Melinda, todavía con rastros de lágrimas (ya que no había parado de llorar en una semana y media), se colocó detrás de él, apoyando su mano en el borde del escritorio.

—Estuve hablando con Blake hace un rato. —reveló Taylor, viendo como la pantalla se encendía. Tamborileó los dedos sobre la madera, se mordió los labios, y comenzó a mover de arriba a abajo su pie derecho, dando golpecitos contra el suelo.

—¿Y?

—Estuvo hablándome del padre de los chicos. —faltaba sólo un poco para que se encendiera el programa. —Era prófugo de la justicia hace unos años.

—¿Qué? ¿De verdad? —preguntó, bastante sorprendida.

—Sí. Narcotráfico, robo, y secuestro. —enumeró, levantando tres dedos de su mano izquierda. Luego, la llevó rápidamente al mouse, ya que la computadora pedía la contraseña. —¿Cuál es?

—03031976. —dictó, esperando a que fuera esa, ya que Vanesa una vez se la había dicho, pero no recordaba si tenía un número más o no. Nick introdujo los dígitos y, cuando dio al botón de ACEPTAR, le dejó entrar. —¿Y por qué ellos no nos dijeron nada?

—No lo sé, Mel. No nos conocíamos desde hace mucho como para que entraran en confianza tan rápido.

—Tú sí parecías ser cercano a Hunter. —susurró, curiosa. Tragó saliva.

No quería recordar a sus amigos; probablemente estaban muertos. Igualmente, habían abierto una investigación para poder encontrar a los desaparecidos, y habían esparcido panfletos por todos los locales y casas de la mitad de Los Ángeles. No sabía qué iba a hacer si su hermana estaba... Ni siquiera quería pensarlo.

Ella la quería. Podían pelearse y todo, pero la quería tanto, que deseaba que nadie nunca le hiciera daño. Hasta se había inventado una mentira sin importarle que la odiara, con tal de que ella estuviera a salvo.

Era lo único que le quedaba de su familia. ¿Qué pasaba si ya no estaba?

Se iba a quedar completamente sola.

Nickolas se quedó callado, seguramente pensando lo mismo que ella. Fue hacia la carpeta de archivos que tenía el Oficial Wilson allí, aquellos que eran demasiado confidenciales, y tecleó en el buscador el nombre de Andrew Corfield.

Más de cuatro documentos se posaron ante sus ojos.

—Era terrible. —pudo decir el chico, mientras se deslizaba por la pantalla, leyendo todos los antecedentes que tenía el hombre.

Uno de los documentos resultó ser una denuncia, que estaba escaneada y era del año dos mil siete. Nick leyó con rapidez, mientras sus pupilas se iban dilatando cada vez más debido a la sorpresa, curiosidad, nerviosismo y demás cosas que alguien sentía al descubrir algo.

—Lo había denunciado. —susurró para sí mismo.

—¿Qué?

—Que la esposa lo había denunciado. —dijo más fuerte, con la vista clavada en las letras que formaban el nombre de la mujer, Pamela Horan. —Por maltrato doméstico y acoso sexual.

LAS HUELLAS DE LOS RECUERDOS [✔️]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora