Diego estaba sentado en uno de los tantos asientos color azul que habían en el hospital, mientras que Hunter caminaba de un lado a otro (como siempre lo hacía cuando estaba nervioso). Ambos tenían ojeras bajo los ojos, pero no iban a caer en la tentación de echarse una siesta, menos en ese momento de tanta tensión que estaban atravesando ambos.
Eran exactamente las siete de la tarde cuando el Doctor John trasladó a su tío a la sala de operaciones, para comenzar a extirpar el tumor. Ninguno de los dos había salido de ese pasillo en más de cinco horas, ni siquiera para ir a buscarse un vaso de agua. ¿Qué pasaba si sucedía algo, y uno de los dos no estaba para enterarse de ello? Diego le había dicho a su hermano, al menos unas cinco veces, que, sí quería ir al baño, podía hacerlo, que él se iba a quedar vigilando. Pero Hunter era tan orgulloso que se había negado, afirmando que estaba bien, que no tenía ganas de otra cosa más que esperar allí.Aunque, la verdad, era que su vejiga estaba a punto de estallar.
Diego bostezó, cabeceando hacia adelante, y luego, dando un respingo, volvió a su posición original, con la cabeza apoyada contra la fría pared blanca detrás de él. Hunter había decidido, luego de quince minutos más, sentarse en el suelo, abrazando sus rodillas y poniendo su cabeza en ellas, cerrando los ojos.
Estaba cansado.
—Duerme un poco.
—No. Tú eres el que debería descansar. Saliste del trabajo y viniste directamente aquí. —repuso, mientras negaba. Diego cerró los ojos, suspirando.
—No tengo sueño.
—No mientas, Diego.
—Estoy agotado, pero no quiero dormir. Tú sí.
—Yo estuve durmiendo ayer, no como tú. —dijo, levantando la cabeza de sus rodillas, para mirarlo.
Casi que se asustó al ver el aspecto de su pobre hermano.
Estaba pálido, parecía un mapache con sus ojeras, y su cuerpo estaba prácticamente desparramado en aquella silla, como si no tuviera fuerzas para nada. No lo había visto con tanta atención antes, porque estaba más preocupado por su tío. Por eso, y porque el Doctor John no metiera la pata al hablar sobre el dinero.
Le había mentido a Diego, diciéndole que él había aceptado los supuestos quince mil dólares, con la promesa de que dentro de la semana posterior a la operación le dieran lo que faltaba. Ya vería cómo se las ingeniaría luego para decirle otra mentira.
Se sentía horrible haciendo eso, pero sabía como iba a reaccionar Diego si le confesaba que había robado dinero de la oficina de Duncan ese día que lo había visto saliendo de allí.
Por cierto, no había preguntado nada acerca de aquellos papeles de adopción, esos papeles que él tuvo que ver ayer, cuando finalmente recordó de dónde conocía el nombre de su futuro psicólogo. Había subido las escaleras de la casa de Blake, y había rebuscado en los bolsillos de los pantalones oscuros que tenía puestos el día del funeral, hasta dar con las dos hojas abrochadas.
No eran más que eso, unos simples papeles de adopción, en los que aparecían los nombres de su tío y Damian.
Esa era la prueba de que ellos ya se conocían. Y, lo que le causaba curiosidad, era que nunca había oído de él, lo que no pasaba con otros amigos de su tío. ¿Por qué, entonces, nunca lo había nombrado?
“Quizá eran sólo colegas”.
“Quizá no se conocían tanto”.
“¿Para qué iba a nombrarlo tu tío?”.
Pero, entonces, ¿por qué su tío había recurrido a él para salir del desastre en el que estaba metido?
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LAS HUELLAS DE LOS RECUERDOS [✔️]
Novela JuvenilUna tragedia fue lo que causó que el pasado volviera a la vida de los hermanos Corfield y las hermanas Duncan. Tres muertos, una persona en coma, y la desesperación por encontrar dinero, hacen que una unión comience a formarse entre ellos, sin saber...