|Capítulo 10: reproches|

7 1 0
                                    

Stephan O'Ryan nunca había sido testigo de que una mesa de su restaurante estuviera llena de tensión. Siempre se encargaba de que los clientes disfrutaran de su visita, saborearan sus platos deliciosos, y no se tuvieran que preocupar por pagar un precio costoso. Pero esa tarde, cuando un mozo llamado Harry le dijo que la mesa de la esquina, la que daba a uno de los enormes ventanales, estaba silenciosa y casi ausente, no pudo hacer otra cosa más que mirar hacia allí, curioso y sorprendido.

Lo comprobó a la lejanía. Había dos chicas y dos chicos, y uno de ellos era Diego, su trabajador. Rápidamente su expresión se tornó seria; si ese chico, por más que lo apreciara, hacía ver que la gente la pasaba mal en su restaurante, no le iba a quedar otra opción más que echarlo. La tensión era notoria. Nadie miraba a nadie, todos estaban concentrados en sus celulares, esperando la orden.

—Llévales ya mismo lo que pidieron.

—Pero, señor, la mesa cinco está esperando desde...

—He dicho que le lleven lo que pidieron ya mismo, Harry. —repitió, autoritario. Su trabajador no pudo hacer otra cosa más que obedecerlo, y le brindó el papel de la orden a uno de los cocineros.

—Pero estoy haciendo...

—Luke, lo está pidiendo el jefe. —escuchó la voz del joven, y Stephan asintió satisfecho.

Sin embargo, su mirada no se despegaba de la mesa de la esquina. Todos parecían tan serios, tan... Ignorantes a la presencia del otro, que un poco de lástima se instaló en su conciencia.

¿Les había ocurrido algo?

Chasqueó la lengua.

Quizás no eran amigos, quizás eran compañeros de trabajo... Pero era raro que estuvieran trabajando en la mesa de un restaurante, un domingo por la tarde, que descartó esa idea al instante. Además, Diego no trabajaba en otro lugar más que en ese.

Entonces, ¿por qué estaban tan callados?

—Señor, llaman del Departamento de Policía de nuevo.

—Maldita sea. —gruñó, mirando a su mozo Louis, quien extendía el teléfono hacia él, como lo venía haciendo casi todos los días desde hace aproximadamente una semana atrás. Atendió, malhumorado, y espantó a su trabajador para que siguiera con su labor. —Hola, buenas tardes.

*Señor O'Ryan, necesitamos que venga urgentemente*. escuchó la voz seria del Oficial Wilson al otro lado de la línea.

—¿Qué le sucedió esta vez?

*Intentó ahorcar a otro preso. Ya es la cuarta en lo que va de su estadía*. anunció. —*La cárcel está llena de estos problemas a diario, pero los de su hijo... Ya llegan a otro extremo. Tuvimos que trasladarlo a otra celda*.

¿Y eso a mí qué? Él ya no me importa. Si quiere que alguien lo acompañe, que llame a su madre. —contestó, con la ira fluyendo por sus venas como si fuese su sangre.

*Él pide que venga usted, que no hablará con nadie más. Lo estamos llamando para que pueda hablar. Necesitamos que confiese sobre lo que le hizo al Juez Montoya, y por qué lo hizo. ¿Usted sabe que Jeremy no ha dicho absolutamente nada desde que llego? Se la pasó riendo y burlándose de los oficiales. Si sigue así, tendremos que llevarlo a terapia*.

—¿Y por qué siempre tienen que esperar a que ocurra algo peor para tomar medidas? —tomó la orden que le ofrecía otro de sus mozos, y se lo brindó a otro cocinero. —Jeremy está loco, es obvio que necesita un médico. Es más, yo lo internaría en un manicomio. Nunca... —tragó saliva. —Nunca pude llegar a entender cómo fue que se convirtió en lo que es hoy en día. Mi hijo no era así.

LAS HUELLAS DE LOS RECUERDOS [✔️]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora