|Capítulo 03: "Tomar prestado"|

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Diego pasó por el pasillo que conducía al comedor con el mentón prácticamente pegado al pecho. No quería que Edward lo viera; si lo hacía, empezaría a preguntarle cosas de las que no quería hablar, y su relación no había terminado tan bien, que digamos. Lo había echado hace meses de su trabajo, diciéndole que era un inútil, que no servía para nada más que para incordiar y fundir el negocio.

Bueno, no había sido su culpa que cada cliente que iba fuera un estúpido que lo hacía enojar en menos de dos segundos, obligándolo a gritarle o golpearlo. Diego era conocido por no tener paciencia, y, un trabajo como ese, requería de mucha. A veces, agradecía a Edward por haberlo echado, pero, otra veces (la mayoría) pensaba en que podría haberlo hecho de una mejor manera, no tirándole un balde de agua fría y pegándole una patada que lo hizo salir a tropezones del taller, ante la mirada de toda la gente que pasaba en ese momento por la calle. Nunca había pasado tanta vergüenza en su vida.

Prometió no verlo nunca más, como así también prometió cortar toda relación con su hijo, Jackson, un chico de la edad de Hunter que también trabajaba con su padre y había sido su amigo durante esos tres años que estuvo arreglando autos. Cumplió con todo, hasta ese momento, en el que lo había visto hablando con la mujer pelirroja.

¿Quién era ella? ¿Su mujer? ¿Eran parientes de Damian? Sabía que ella sí, que ella era su hermana, y que se llamaba Jess; lo había deducido cuando Patrick les estuvo contando lo que le habían dicho a ella en el hospital, el día que ellos les habían cedido el taxi para así ahorrarse unos dólares. Pero, ¿qué era Edward de él?

Abrió la puerta de madera, y entró al lugar rápidamente, dando un suspiro profundo al no haber sido visto por el hombre. Se dio la vuelta, levantó la cabeza, haciendo sonar su cuello, y se asustó un poco cuando vio, sentada en una mesa que estaba en el centro del lugar, a una muchacha, con la mirada fija en él.

Era una de las chicas que había acompañado a Jess esa madrugada, la que le había devuelto la mirada.

Se quedó pálido, sin saber qué hacer o decir, mientras se quedaba quieto, mirándose con ella, en un ambiente súper incómodo.

¿En dónde estaba la sirvienta y por qué no aparecía?

—Lo siento, pensé que no había nadie... —encontró su voz, y habló balbuceante. Vio como la chica apartó la mirada hacia el mantel, y dio vueltas a su vaso de agua, callada.

Y claro, la comprendía; acababa de perder a casi toda su familia en un accidente de un día para el otro. A él le había ocurrido algo igual, pero en su época él era mucho más pequeño y lo que había pasado no había sido un simple accidente automovilístico.

—Yo... Quería un vaso de agua, pero si quieres me...

—No.

Se detuvo, con la mano aferrada al pomo de la puerta, y la miró, sorprendido por que le haya revelado su voz. La joven se levantó, sorbiendo por la nariz, y se dirigió a un mueble, para abrirlo y sacar un vaso de vidrio de él.

—Oye, no hace falta que...

—No es nada.

De nuevo se calló.

Notó, sin hacer nada, como le servía agua de una jarra, y dejaba el vaso lleno en el borde de la mesa en la que antes estaba sentada. Le echó una mirada, señalando al objeto, y Diego reaccionó, abandonando el lugar junto a la puerta para dirigirse hacia donde estaba ella.

—Gracias. —dijo, tomando el vaso. Sin embargo, ella no contestó, y volvió a sentarse, y a darle vueltas a su propio vaso de agua otra vez. —Oye, lo siento mucho. Lo que pasó...

LAS HUELLAS DE LOS RECUERDOS [✔️]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora