|Capítulo 20: 20 de mayo|

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-36 días antes del atentado al Departamento Policial-

Nunca le había gustado conducir. Quizás era porque había sido testigo de un accidente de auto, cuando tan sólo tenía diez años, mientras estaba sentado en la vereda de su casa. El vehículo se había estrellado de lleno contra un árbol, abollando toda su parte delantera. Sus vecinos llamaron a la ambulancia, pero, como supuestamente él todavía era muy pequeño para comprender lo que había sucedido, su madre lo había encerrado en su habitación, distrayéndolo con juegos de mesa y demás cosas.

Igualmente, él había visto el momento del choque, como el conductor había intentado esquivar el árbol, y entonces, se preguntó como había llegado a perder el control de su manejo.

Desde ese momento, le tuvo terror a los vehículos de cuatro ruedas. Por eso había decidido comprarse una moto. Aunque, probablemente, tenía más posibilidades de tener un accidente con ella, pero él se sentía seguro, sabiendo que era más maniobrable, pequeña, veloz y cómoda. Sin embargo, nunca se había quejado cada vez que tenía que subirse a un auto o camioneta, guardándose todo el miedo para él mismo. Detestaba la idea de que sus amigos de la preparatoria se burlaran de él, por ser tan maricón como para temerle a subirse a un auto, así que, cuando cumplió los dieciséis, le pidió el auto a su padre, que se lo brindó sin darle mucha importancia, y aprendió a manejar.

Fue un proceso largo, pero pudo lograrlo. Es más, había hasta participado en carreras ilegales, sin que nadie de su familia quebrantada lo supiera. Ganó bastante dinero, que luego gastó en cerveza y drogas, poniendo la excusa de que todos sus amigos hacían lo mismo.

Terminó la preparatoria, y se fue a emborrachar con sus amigos a un bar. Pero claro, nunca pensó que iba a terminar siendo golpeado por una manada de orangutanes ricachones, en el medio de un callejón.

Fue allí cuando lo conoció.

Le había brindado su ayuda, lo había llevado a una casa a las afueras de Los Ángeles, y lo mantuvo en reposo hasta que todas sus heridas sanaron. Le quiso dar dinero, por las molestias que le había causado, pero, en cambio, él le pidió que lo fuera a ver otros días, para jugar a las cartas.

Creyó que, quizás, ese hombre no tenía amigos, así que aceptó. Todos los días agarraba su moto, diciéndole a su madre que se iba con sus amigos, cuando en realidad terminaba en la casa del hombre, bromeando, jugando a las cartas, y fumándose unos cigarros.

Había sido todo color de rosa durante los primeros años, hasta que, una noche, le dijo que había un concierto de Rock al que no asistiría, ya que tenía trabajo que hacer justo ése día. Así que le regaló dos entradas, y él las aceptó, emocionado. Invitó a un amigo, y ambos fueron en sus motos.

Allí conoció a Clara.

Su belleza lo había cautivado al instante, tanto, que abandonó a su amigo y fue a hablarle. Le pidió su número de teléfono, y comenzaron a hablar por mensajes. Le comentó eso al hombre, quien, un poco disgustado, le dijo que las mujeres sólo iban a servir para generarle falsas esperanzas, y luego destruírselas de la peor manera posible.

No entendió lo que quiso decir, por más que ya era un adulto, pero tampoco le tomó importancia. Le pidió permiso para llevarla allí, a su casa, de la manera más educada posible, y él, a regañadientes, le dijo que sí. Pero que luego le debería algo.

Fue en su maldito sofá donde puso su semillita en el nido de Clara.

En su maldito y mugroso sofá.

Posiblemente, esa era una de las cosas de las que más se arrepentía. Luego de que terminaron, la llevó a su casa a las cuatro de la mañana, y, para su desgracia, la hermana mayor de ella los había descubierto. Clara no quiso contarle todo el escándalo que le había hecho, así que supuso que no había sido para tanto.

LAS HUELLAS DE LOS RECUERDOS [✔️]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora