—No creí que vendrías tan rápido a verme.
Melinda se quedó con los brazos cruzados, en un claro gesto de seriedad, mientras estaba sentada al otro lado de la mesa, analizando y tratando de buscar algo que la hiciera pensar lo contrario a lo que en ese momento pasaba por su cabeza.
—No has sido tú, ¿no?
—¿Quién?—El que encerró a Diego ayer en la mañana. El que lo delató.
Apenas Vanesa la había llamado para avisarle la noticia, que había salido en todos lados, ella se dirigió disparatada hacia el Departamento de Policía, pidiéndole a su tío Edward, el marido de Jess, que por favor la llevara, ya que justo todos estaban en su casa, luego de volver del cementerio. Clara se había puesto a llorar, había dicho más groserías de las que alguna vez ella había había escuchado, y se había dispuesto a acompañarla, sin importarle que estuvieran peleadas.
No la dejó.
Permitió que le gritara, que le dijera que era una mala hermana, que no era nadie para decidir lo que ella podía hacer en su vida, y le dio toda la razón. Pero no era su culpa que ella quisiera cuidarla de todas las injusticias que ocurrían a diario. Ella no era una de las oficiales encargadas del caso de John Lessin, pero estaba segura de que Diego no había tenido nada que ver. Él no parecía alguien capaz de instigar un homicidio, era tan responsable y amable, que era incapaz de imaginárselo golpeando a alguien.
Pero, ahora que lo pensaba, cuando habían ido a ver a Hunter, él había llegado con una pequeña inflamación en la boca, y un moretón casi imperceptible en el costado derecho de su frente.
¿Qué era lo que le había causado eso?
—Yo estaba contigo cuando avisaron lo que le pasó a Lessin. ¿Cómo podría haber sido yo quien lo delató? —preguntó, con ironía, el chico frente a ella.
Ni siquiera estaban en una sala de interrogatorios como la última vez. Se encontraban en la sala de visitas de la cárcel. Ella había tenido que ponerse ropa “normal” para poder pasar, pidiendo verlo, a las seis y cincuenta de la tarde. El horario se les terminaría en diez minutos, por lo que debería apresurarse.
—Conoces al que lo delató.
—¿Por qué estás tan preocupada por ese tipo?
—Porque a mi hermana le importa, y, por lo tanto, a mí también.
Él se quedó en silencio un par de segundos, tratando de digerir esas palabras, aunque con un sabor agrio en la boca. Sonrió, intentando camuflar su repentino mal humor, y levantó una ceja.
—Yo no te importaba.
—Porque me parecías un imbécil, y no me equivoqué. —se mofó, quitando los brazos de sobre su pecho para colocarlos encima de la mesa de madera. —Mírate, estás pudriéndote aquí.
—Porque yo lo quiero. —se inclinó hacia adelante, para hablarle en un susurro. —Aunque sin problemas podría tomar ese collar que tienes en el cuello, ahorcarte, tomar tus tacones y clavárselos a cada uno de los oficiales que están ahí afuera en el medio del pecho. —señaló el lugar indicado en su propio cuerpo, haciendo más énfasis a sus palabras, y Melinda se tensó. —¿Entiendes? No soy estúpido.
—¿Qué demonios es lo que tramas, entonces? ¿Por qué no te defiendes? ¿Y por qué diablos conocías a mi madre?
Jeremy levantó las manos, en señal de que no iba a decir una sola palabra que respondiera todo lo que ella había preguntado, y se echó hacia atrás, volviendo a su posición original.
—Son cosas que una mente como la tuya no entendería.
—No me trates de imbécil, O'Ryan.
—Mira, Melinda. Estoy seguro de que eres una de las chicas más inteligentes que he conocido en mi vida, no sería muy caballero de mi parte dejar que pienses lo contrario, así que te diré que estás equivocada. No te trato de imbécil, pero tampoco quiero meterte en estos asuntos.
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LAS HUELLAS DE LOS RECUERDOS [✔️]
Novela JuvenilUna tragedia fue lo que causó que el pasado volviera a la vida de los hermanos Corfield y las hermanas Duncan. Tres muertos, una persona en coma, y la desesperación por encontrar dinero, hacen que una unión comience a formarse entre ellos, sin saber...