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El martes por la tarde, Felix se encontraba a la entrada de un piso al sur de la ciudad hablando con una mujer.

- Gracias, Sung Kyung. La veré, entonces, el catorce de noviembre.

- Gracias a ti, Felix. Aquí estaré esperándote.

Kim Sung Ryung, una señora alta y delgada, reflejaba en la cara trabajo duro en puestos de salario mínimo. Era una de las personas favoritas de Felix: una mujer que había sobrevivido a dos maridos y que había logrado sacar adelante, si bien con mano dura, a cinco hijos. A pesar de cargar a sus espaldas ciertos años ya, y aunque el cáncer estuviera devorándole lentamente los órganos, la señora continuaba cuidando de su familia. Había asumido la tutela de tres niños más cuando la madre de éstos había muerto asesinada en un atraco a mano armada en la tienda de ultramarinos en la que trabajaba.

Ocupada estaba organizado todo para que los tres niños quedaran protegidos cuando ella ya no estuviera allí, Sung Ryung no tenía tiempo para lamentarse de los dolores que sufria o de la mala suerte que había tenido. El cáncer no había conseguido que se doblegara ni robarle aquella discreta dignidad que tanto admiraba Lee.

Se despidieron en medio de los edificios de protección oficial situados en la calle. Se trataba de bloques de ladrillos, de dos y tres pisos, alineados a ambos lados del bulevar que se extendia al este del recinto ferial del país.

La primera vez que Felix había visitado aquella calle, hacía unos tres años, se había detenido en la comisaría que había por allí. El agente con quien había estado charlando le había sugerido que se acostumbrara a pasar siempre por allí antes de acceder a los pisos de protección para que la policía pudiera estar al tanto mientras él trabajaba. Y aunque al principio había seguido aquella recomendación, Lee había tardado poco en aprender a oler los problemas y a arreglarselas para no acabar siendo victima de algún delito.

Nunca llevaba cosas vistosas cuando visitaba aquellos edificios. Siempre iba con el móvil a mano y dejaba programada la marcación rápida del número de la comisaría por si acaso.

Tras despedirse de Kim, echó a andar hacia su auto, que había dejado aparcado. No había avanzado siquiera unos pasos cuando se dio cuenta de que algo iba mal. Los niños pequeños que al llegar había visto jugar en los parterres situados entre la acera y la pared de ladrillo de la casa habían desaparecido. Más aún, no había niños a la vista, algo bastante inusual en una cálida y preciosa tarde del mes de octubre. Los chicos de los pisos de protección contaban con un sexto sentido para el peligro y desaparecían en cuanto ocurría cualquier cosa.

Un escalofrío le recorrió la espalda. Algo iba mal, muy mal.

Se contuvo ante la tentación de echar a correr hacia su coche y observó cuidadosamente la calle y los edificios de su alrededor. Allí mismo, estacionado en la concurrida calle, detrás de su auto, divisó un auto negro de un modelo antiguo, el coche estaba impoluto y llevaba las ventanas tintadas. Aunque desde donde Lee estaba le resultaba imposible saber si había alguien dentro del vehículo, estaba claro que aquel auto no era del barrio.

Jung Yoon Oh.

Felix se dió la vuelta girando sobre sus talones y se dirigió de inmediato hacia el piso de Sung Ryung. Llamaría a la policía desde allí. No había dado ni dos pasos cuando dos hombres lo tomaron por los brazos - uno por cada lado - A Felix se le cayó al suelo la carpeta.

- Vamos, precioso. Hay alguien que quiere hablar contigo - los dos tiarrones lo forzaron a ir hacia el coche negro.

Lee gritó tan alto como pudo. Una mano rolliza le tapó la boca y los dos hombres lo llevaron hasta el auto a empujones.

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