Parte 40

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Me quedé mirando las avenidas de Whitelie con interés a través de las ventanillas. Solo la había visto de pasada esas calles cuando tenía que ir de manera presencial al trabajo para dirigirme a las grandes ciudades.

Era una pequeña ciudad que tenía un poco de todo.

Era habitual que cuando los habitantes de Hamlet necesitaban algo concreto o difícil de conseguir que no fuera lo común, bajaran a Whitelie para conseguirlo porque les quedaba cerca en coche.

Sam conducía el todoterreno con precisión sabiéndose de memoria las calles y las direcciones, y Kerr, de copiloto, hablaba con él repasando la lista de lo que se necesitaba comprar.

Kerr nunca había hecho camping a pesar que era una práctica común en Hamlet así que no tenía nada para hacerlo y Sam si tenía experiencia por las excursiones familiares y por eso se ofreció a ayudarnos en las compras y prestarnos lo que necesitábamos.

Joel bostezaba a mi lado. Se había unido a la salida de compras porque quería hacerles una barbacoa a los cachorros para animarlos. Aparte de Tony, los demás no habían tenido buena racha para demostrar sus habilidades. Estaban muy desanimados porque ya querían dejar de ser considerados cachorros.

-Me pregunto cuantos kilos de carne se necesitarán para satisfacer a esa jauría -Joel hizo cuentas con el móvil -ya me estoy arrepintiendo.

Tras estacionar, entramos a un centro comercial con cúpulas de cristal azulado y columnas que imitaban a las de la antigua Grecia. Joel se fue a la carnicería de la primera planta y el carnicero, que lo reconoció de inmediato, le sonrió con alegría y efusividad. Parecía que la pandilla eran buenos clientes.

Los demás fuimos a la tienda de artículos de camping. Sam le explicaba a Kerr sobre los distintos tipos de tiendas y los sacos de dormir, dependiendo de la necesidad.

Kerr no pareció querer decidir y metía todo en el carro gigantesco. Sam y yo nos dedicamos a sacar las cosas innecesarias a escondidas de Kerr. Un ayudante se acercó a nosotros y le ofreció el servicio a domicilio pero Sam y Kerr se negaron en el acto. A los dos les gustaba hacer las cosas a su manera y por su cuenta.

Yo cogí un carrito pequeño para mí, para llevar las cosas personales que necesitaba, sobre todo ropa térmica para ir a las montañas. Miré el calzado apropiado y busqué mi talla en los diferentes modelos en los estantes blancos y relucientes.

-¿No deberías buscar en la sección infantil? -se burló Sam, de buen humor.

Le fulminé con la mirada y lo atropellé con mi carrito. Sam y Kerr se rieron como si hubiera hecho algo adorable cuando en realidad quería destrozarle el talón de aquiles.

-Aquí, Xaria -Kerr me señaló zapatos de mujer -si que tienes los pies diminutos.

-¡Estoy en la media del país! -era verdad, lo había buscado en internet porque mi jefe también se había burlado de eso junto a mi estatura -estáis demasiado acostumbrados a vuestras medidas imposibles que rompen las estadísticas de los demás.

Siguieron riéndose a mi costa. Me senté en el banquillo para probarlos y una chica educada me ofreció modelos más bonitos pero más caros. A mi no me pareció necesario pero insistió en que al menos los probara.

Kerr se arrodilló a mi lado y me ponía zapatos por turnos para compararlos. La chica se sonrojó y quedó impactada por su belleza pero había intuido que éramos pareja, me miró pidiéndome perdon por babear pero le hice un gesto de calma, compresiva. Entendía el efecto que causaba en las personas y babeamos juntas al verlo concentrado atándome los cordones. Era muy respetuosa hasta rozar lo extremo, solo se lo comía con los ojos pero no intentó ninguna sola vez tocarlo ni entablar conversación. Me alegré de no enfadarme; en vez de eso me sentí maravillada de la belleza irreal de mi novio. Era un alivio saber que si no lo tocaban podía soportarlo. Era bueno saberlo aunque necesitaba tiempo para acostumbrarme a que lo tocaran, si me esforzaba, en un futuro, esperaba no molestarme y no poner caras raras.

La sombra del Alfa Donde viven las historias. Descúbrelo ahora