Parte 43

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Toqué las piezas talladas a mano cuando se marchó. La rana era de un cambiaforma igual de rubio que él de tono pálido, solo vi pedazos; como un espejo fragmentado en que el hombre estaba sentado mirando un reloj de mesa con un montón de mujeres desnudas en su cama. Al principio pensaba que estaban muertas pero sólo dormían con cansancio en la gran cama de dosel. Parecía estar en una suite lujosa de un hotel. Me quedé igual que al principio. Toqué la pieza tallada, la de un pájaro. Un cambiaforma estaba acechando a una parte de la pandilla, jadeé queriendo prevenirles a pesar que no podían escucharme. Era bajito igual que Kylian y los vigilaba oculto en uno de los árboles frondosos, ¿Como no podían olerle?

Darek decía que su olor pestilente se podía rastrear a kilómetros. Estaba llamando por teléfono pero como había pasado muchos tiempo observando notó mis ojos y apartó el móvil buscándome. Solté con miedo la pieza y la volví a colocar como estaba en el segundo tablero. La última pieza me la quedé mirando, ¿Podría seguir arriesgándome? ¿Pero qué más quedaba? Toqué el de la forma de pez del tercer tablero rodeado de un montón de piezas. Era el del cambiaforma que me había secuestrado. Estaba caminando tranquilo por Whitelie de manera muy tranquila como si no fuera un criminal y fumando con elegancia como lo haría un actor en una película gangster. Algunas mujeres se le quedaban mirando pero él las ignoró con disgusto; iba a un sitio específico con prisas. Se dio cuenta muy rápido de mis ojos se volteó frunciendo el ceño y tuve que soltar la pieza.

Recordé la conversación con Tony y el olor de los cambiaforma, y que las Edevane tenían arcadas o vómitos cuando se acercaba uno, ¿Porqué no me había sucedido? No me olía nada, como si yo hubiera perdido el olfato, incluso la pandilla no había detectado al cambiaforma que vigilaba su localización.

¿Cuál era el truco? Sentía que era importante saberlo.

Llegó y me fijé en la hora, creo que habían pasado dos días más.

Trajo ropa para mí.

—Apestas —me dijo —cámbiate.

Aproveché el comentario para preguntarle.

—¿Por qué no tengo náuseas a pesar de estar cerca de ti? No me hueles nada. Ni malo ni bueno.

El cambiaforma se sentó mirando sus tableros, su rutina era muy rígida.

—Supongo que puedo contarte el secreto ya que te vas a morir pronto. Consideralo un premio de consolación —sonrió por algo —digamos, que he inventado un perfume para neutralizar nuestro olor y la pandilla y las Edevane no huelen nada. Pasamos como humanos. Miento, olemos muy bien, sobre todo a las mujeres. Las atraemos fácilmente, como las flores para las abejas.

—Pero no me hueles nada —insistí—para mí no emites ningún tipo de olor. Ni bueno ni malo.

El cambiaforma no le dio importancia.

—Tendrás dañado el olfato —contestó, aburrido.

—¿Entonces si te quitas el perfume vomitaría? —pregunté.

—Claro, mejor no hagamos el experimento —arrugó la nariz con asco —no pienso limpiar eso, lo harías tú, por supuesto. Venga, cámbiate de ropa —me señaló el baño —tú eres la que huele mal aquí.

Lo hice al bañarme. Salí con el pelo mojado. Había movido muchas piezas en mi ausencia. Ahora el primero y el segundo tablero tenían prácticamente el mismo número de piezas.

El tercero solo seguía con la rana.

Le pedí mi móvil, sabía que lo cargaba y estaba bien de batería. Estaba segura que hacía una llamada al menos un día para torturarlos. Pero en esa conversaciones no estaba presente.

—¿Quieres pedir ayuda? —se burló pero me lo pasó con una sonrisita vanidosa. seguramente esperando que llamara a emergencia o a la policía por la desesperación. No tenía sentido, ni siquiera sabía dónde estaba. Nadie vendrá por mí. Estaba más que claro, tras descubrir el secreto de su secuestro exitoso. Nadie de la pandilla podría conseguir ningún rastro, solo pistas falsas gracias a la creación de ese perfume. Tenía miedo de preguntar cuales serían los ingredientes necesarios.

Vi la galería de fotos. Nunca había utilizado el teléfono para hacer fotos pero en esas semanas tan felices hice un montón de fotos con él. Al día podría tomar como unas veinte.

A Marina cocinando, Arnold arreglando cualquier cosa que encontrara...la pandilla peleándose por la comida...algunas aparecía yo... me detuve en la foto que nos había sacado Robin. Darek y Kerr me daban un beso en cada mejilla mía mientras yo fingía estar ofendida por su cariño. Se me escaparon las lágrimas. Quizás ese era mi castigo por ser tan codiciosa, por quererlo todo.

El cambiaforma arqueó la ceja.

—¿Qué haces con el móvil?

—Estaba viendo las fotos de mi familia —retiré las lágrimas con un dedo y se lo devolví.

Me recosté en el sofá, dándole la espalda.

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El octavo día le pregunté su nombre.

No me contestó.

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En el décimo día, se estaba duchando y le sonó el móvil con insistencia. Lo había colocado en el tablero. Vino con prisas con la toalla enrollada en la cintura.

—Dime —contestó. Escuchó unos segundos —de acuerdo.

Colgó y escribió unos mensajes. Después, levantó la cabeza dándose cuenta de algo.

—Maldición —dijo apartándose de mí como si fuera venenosa pero yo estaba sentada como siempre.

Me había preparado pollo con arroz y me lo comía con desgana porque me negaba a morir de inanición.

Como seguía comiendo, ignorando su reacción de espanto se quedó paralizado. Ladeó la cabeza y los ojos estaban como platos por la impresión. Nunca lo había visto poner esa reacción, siempre estaba calmado y analitico. Lo miré aún comiendo los trocitos de pollo con mi tenedor.

Había soñado con Kerr y Darek, fue un buen sueño. Decidí no rendirme mentalmente. Aunque fuera débil de manera física no le dejaría quitarme la cordura, seguiría luchando hasta el último día para recordar a los que amaba. Eso nunca me lo quitaría. Su venganza no quitaría el amor que sentía por mis novios y el resto de mi familia que había conseguido y amado en tan poco tiempo. Pero me apenaba no haber dicho que los amaba. Ya no tenía la oportunidad.

Pareció recuperarse volvió a la ducha cerrando de un portazo.

Después de eso estaba muy raro conmigo, me miraba como si fuera dinamita que estuviera apunto de explotar. Le pedí el móvil, esa era mi rutina. Mirar fotos y recordar todo lo bueno que tuve.

Me lo pasó pero esta vez no me lo tiró si no me lo pasó con una mano, lo recogí. Nuestros dedos se rozaron y él se tensó como si sintiera algo asqueroso. Lo miré con mala cara, porque debería ser justo al revés. Se levantó con furia y salió del cobertizo y tembló todas las paredes al cerrar con fuerza innecesaria.

No se como lo hizo pero había bloqueado la señal de llamadas y mensajes de mi móvil así que no pude aprovechar su ausencia. Miré las fotos con cariño triste. Quizás pasó un par de horas cuando volvió pero seguía igual de enfadado.

— Dámelo —dijo en tono asesino.

Se lo pasé de inmediato.

Estaba de muy mal humor, las manos le temblaban y se recogía las manos en la cabeza como si le doliera, ¿Los cambiaforma tendrían dolores de cabeza?

Volvió a irse tras un portazo.

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El decimoquinto día me dijo con los ojos cerrados:

—Me llamo Kain.

La sombra del Alfa Donde viven las historias. Descúbrelo ahora