Cap. 3

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Sam

Odio mi existencia.

A lo mejor si viviera como el típico chico rico que aprovecha el dinero de sus padres viviría mejor, pero no, el muchacho quiere ser independiente.

Al trabajar en una cafetería muy bien recomendada, habían muchos clientes, y eso era bueno. Lo malo del asunto es que en esta estúpida cafetería solo trabajaban dos personas porque el dueño era un tacaño que no quería pagarle sueldo a otros empleados. Esto quería decir que el que estuviera de turno tenía que atender todas las mesas.

Adivinen quién estaba de turno.

Además en la mañana había tenido una chorrada de clases, por lo que mi pobre cerebro estaba echando humo y chispas mientras servía tazas de cafés y platos con dulces. Me quería morir.

Aunque debía estar agradecido. Mis profesores me habían ayudado a poner algunas clases importantes fuera de mi horario de trabajo, así podía trabajar y estudiar. Mi jefe también me había dado un horario con el que no interrumpiera mis clases. Pero a pesar de todas esas comodidades...estaba a punto de tirar la toalla.

Es complicado ir en contra de la corriente. Había nacido en un mundo en dónde el dinero es el centro de todo, el causante de todo buen momento y toda sonrisa; lo que para algunos era un sueño...para mí no lo era. Yo no encajaba simplemente en este mundo. No soportaba estar rodeado de personas, no soportaba creerme más que los demás simplemente por tener más dinero, no soportaba que me tratarán bien por un estúpido estatus social.

Yo era de los que les gustaba vivir de lo simple. Me gustaba leer libros en mi habitación en soledad, disfrutar de la comida casera de mi mamá, amaba escribir en un parque solamente con el sonido ambiental como acompañante. Esa era mi vida, no la que me querían adjudicar.

Mi madre consideraba que eso era algo muy normal. Ella nunca se había acostumbrado a los lujos que la rodearon al casarse con papá, sino que siempre vivía como si fuera alguien más de la sociedad. En vez de ir a lugares prestigiosos o vestirnos elegantes, preferíamos quedarnos en la sala de nuestra casa jugando Monopoly.

Por otro lado, mi padre, consideraba que deberíamos adaptarnos. Me decía que era su hijo, que me comportarse como tal. Viviendo con él me sentía como el aviador del libro «el principito», rodeado de personas que ven a las boas cerradas como sombreros y que solo le importan los números. Yo amaba ver las estrellas, podía ver los corderos en cajas y me preocupaban los baobabs.

Me sentía atrapado en un mundo oscuro, lleno de oscuridad y seriedad, un mundo gris del cual no lograba escapar. El tirano que lo gobernaba (mi padre) me amarraba con cadenas de aceptación y corrección que me oprimían cada vez más. Quería escapar, pero era como cuando Alicia estaba en el país de las maravillas, siempre había algo que me hundía más en el agujero del conejo blanco.

Ya no habían clientes en la cafetería, posiblemente era porque ya eran las cinco y media de la tarde. Ya casi era hora de cerrar el local, entonces empecé a recoger las cosas. Guardar lo que no se había vendido, limpiar las últimas mesas que se habían usando, esas clase de cosas. En fin, cuando termine ya iban a ser las seis.

Tomé mi abrigo del cuarto de empleados y también las llaves del local, pero cuando estaba a punto de salir oi un sonido muy familiar para mí. Un Tin tin que hacía la campana de la entrada avisando que había llegado un nuevo cliente.

Suspiré con pesadez bajando mi cabeza como si fuera el peor momento de mi existencia. Salí del cuarto de empleados y me fui al mostrador, en dónde estaba el nuevo cliente.

Era un chico alto, más o menos de mi edad, blanco de piel (mucho más blanco que yo, llegando a lo pálido) y con ojos verdes aceituna. Su cabello negro estaba desalineado, pero le quedaba bien junto a la ropa casual que traía y la chaqueta de cuero. Se veía como el clásico tipo de una película ochentera...me pregunte si tendria moto y escuchaba rock and roll.

Eres la Estrella de mi UniversoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora