Sam
Hay personas que presumen haber venido con su padre a acampar alguna vez en su vida. Contacto con la naturaleza, alguna historia de terror en la noche, cosas por el estilo. Mi padre jamás hizo alguna de esas cosas conmigo.
La última vez que vine al bosque fue por una campaña de publicidad en dónde mi padre fingió ser alguien interesado por la naturaleza y nos utilizo a mi mamá y a mi para darle fundamento a su mentira. Recuerdo que llegamos en el auto, armamos todo, nos tomaron unas fotos en el lago y en el «campamento», y al cabo de una media hora ya estábamos de regreso a casa.
Eso había pasado cuando tenía unos doce años.
Está era la primera vez que caminaba tan libremente por este lugar, sin padres que te ordenan control ni fotógrafos que buscan tu mejor ángulo. La temperatura parecía incluso más baja de lo normal entre los imponentes árboles que se ergian a nuestro alrededor. Del piso salía el ruido de las pisadas que dábamos, partiendo hojas y ramas secas que caían de los árboles.
Cómo el otoño estaba apenas empezando algunas hojas resistían aún en las copas de los árboles, pero algunas cedian ante la fuerza del viento y caían suavemente a nuestro lado e incluso encima de nosotros. Al no haber tantas hojas se podía ver el cielo pintando con una amalgama de colores cálidos y rosados que despedía al Sol que se perdía en el horizonte.
El sonido ambiental era la mezcla del canto de criaturas que en la ciudad no se encuentras. Aves regresando de sus labores a sus nidos, pequeños animales rumiantes que se escondían entre los troncos y las sombras del lugar, algún silbido inocente debajo de nosotros. A la orquesta natural se unia el susurro del viento, el crujir de las hojas secas y el murmullo de un río que habíamos encontrado en el camino, y el cual seguíamos.
Stella caminaba por entre los árboles como si hubiera estado allí un montón de veces. Entre la naturaleza ella se veía aún más linda. No sé si las luces artificiales eran las causantes de ocultar su verdadero brillo, pero allí ante cero efecto del mundo moderno pude ver que incluso su piel era más delicada, su cabello más brillante, sus mejillas tenían un pequeño rubor rojo, su caminar era elegante y su figura era majestuosa.
Trate de no mirarla tan desvergonzadamente, pero me fue imposible apartar de ella mis ojos. Estaba hipnotizado como los marineros en altamar al escuchar alguna sirena cantar.
Ella de vez en cuando volteaba y me encontraba mirándola; trataba de disimular viendo al piso o a lo alto de los árboles, pero cuando volvía a mirarla ella me seguía viendo y sonreía cuando nuestros ojos se encontraban.
Esa sonrisa. Blanca como la nieve recién caída, como perlas en venta en alguna joyería de prestigio rodeadas por finas líneas rosadas que las encerraban. Al ver cómo la comisura de sus labios se elevaba mi corazón empezaba a palpitar y mis manos a sudar.
¿Qué me estaba pasando?
—Ya casi llegamos— La sonrisa no abandonaba su rostro, la felicidad de su expresión mucho menos.
Caminaba emocionada como si fuera una niña pequeña al ir a una dulceria, rebosante de alegría. Ahogué de inmediato el pensamiento fugaz que me quiso tomar de que esa felicidad era por mi, porque no podía ser así. Ella estaba en un lugar que seguramente había sido parte de su vida, no sabía cómo, pero para ella era especial, así como el parque lo era para mí. Lo que aún no lograba comprender era la razón por la cual me había traído.
Yo no la había llevado al parque, y no estoy seguro si lo hubiera hecho. Era un lugar que consideraba propio, a esas horas. Mi lugar seguro y por supuesto privado, entonces no pensaba enseñárselo en ningún momento. Ni a mis padres les había enseñado ese sitio; que nos encontraramos allí fue mera casualidad.
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Eres la Estrella de mi Universo
Teen FictionSam es un estudiante de administración, siempre puntual, responsable, bien peinado y vestido elegante. Bueno, lo que él llamaba elegante. Era el típico ratón de biblioteca. Solo tenía pensado terminar su carrera y seguir con el camino que le había p...