Primer Intermedio

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Es curioso lo que puede hacer una simple tarde en la mente de un muchacho como Sam. El exceso de escenas que derriten el alma y la exposición a la chica que en pocas semanas se había vuelto en la mujer de sus sueños lo dejo divagando en sentimientos que no entendía.

Sam es un chico movido por la lógica, desde pequeño le enseñaron que pensara dos veces todo lo que le pasara, pero es que lo que estaba pasando no lo podía entender y ya llevaba toda una noche analizando sin llegar a un resultado claro. Estaba completamente en blanco.

La imagen de la pelinegra rodeada de hermosas luciérnagas no abandonaba su mente ni dejaba su corazón en paz, el cual latía cada vez que el recuerdo inundaba su memoria, llenando todo como un tsunami.

Leía pero su mente no estaba centrada; escribía, pero las palabras que plasmaba en papel no lo ayudaban a dejar de pensar en ella porque al leer sus notas, Stella estaba presente en cada párrafo. Poemas que hablaban de su sonrisa, de su cabello negro y de sus labios rosados; su libreta gritaba el nombre de la chica de ojos oscuros, proclamando el amor y el deseo que estaban encerrados entre líneas y páginas, entre tinta y papel.

Sam no sabía que hacer con este sentimiento, y Stella no se quedaba atrás.

Mientras estaba ensayando con los muchachos en el sótano de Steve, no podía dejar de pensar en su amigos de ojos cafés. Ella lo había conocido creyendo que sería solamente un amigo más, pero se dió cuenta que a pesar de sus diferencias tenían una conexión que no tenía con nadie más. Le gustaba pasar el tiempo con él, podía hablar cosas profundas sin sentirse apenada. Él era bueno escuchando, y eso le gustaba.

Otra cosa que la estaba dejando desconcertada era el hecho de que tenía ganas de volverlo a ver. No es que sea algo raro entre amigos, pero esas ansias de ver otra vez su rostro, escuchar otra vez su voz, no era normal para ella. En muchas ocasiones tenía ganas de ver a Sabrina o a Steve, aunque siempre prefería estar sola; pero ahora no disfrutaba la soledad, me parecía incomoda, y cuándo empezaba a sentirse así le escribía a Sam. Si, a Sam. De alguna manera ese chico se volvió un lugar feliz para ella, un sitio en donde podía despejar la mente.

Esa sensación de paz solo la había encontrado en la música. Cuando ella tocaba podía despejar su cabeza de todo lo malo que había en su cabeza, cada mal recuerdo, cada rastro de dolor. Cada vez que tocaba una nota era una lágrima que no salía de sus cuentas, y por cada melodía, un sollozo que no llegaba a salir. La guitarra se había vuelto parte de su cuerpo, un puente entre su alma y el exterior, solo con ella demostraba todo lo que sentia.

En esas semanas Sam había cumplido con esa función. Cuando estaba con él, ella se sentía calmada, en paz. El chico tenía algo que la hacía sentirse cómoda en cualquier lugar que fuera. ¿Que sería lo que tanto le agradaba de él? ¿Sería el hecho de que no se conocían casi? ¿Ese misterio era lo que alimentaba las cosas?

Rasgueó la guitarra ya afinada. Despejó esos pensamientos y empezó a tocar.

Steve miró a su amiga tocar la guitarra, como manipulaba las cuerdas y sacaba la melodía. Estaban practicando una canción al azar como todos los ensayos, pero en esa tarde Stella no estaba tan centrada como siempre.

Cuando él y ella se conocieron conectaron de inmediato por su gusto mutuo por la música. El tocaba el bajo y ella la guitarra, y eso lo emocionó. La guitarra siempre fue el pasatiempo favorito de Stella y con el tiempo él averiguó lo que significaban sus arpegios.

Eres la Estrella de mi UniversoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora