Capítulo 6

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Mmmm, sí, así, no pares ─ la habitación se llenaba de gemidos. ─ Aaah, Sam, sigue por favor ─ pedía Rose, afectada por el placer que sentía.

La dueña de esas súplicas se encontraba de rodillas en la cama, mientras Sam la tomaba por la espalda, apretando con fuerza uno de sus pechos, mordiendo la parte de atrás de su cuello y con la otra mano, acariciando la húmeda entrepierna de Rose.

Ooh... ¿Ahora me toca abajo? ─ preguntó la excitada mujer cuando la cirujana la hizo acostar y se colocó sobre ella. ─ Luces intensa...¿Seremos rudas esta noche? ─ preguntó, mordiéndose los labios, deseosa por lo que le haría la pelinegra.

Sam no respondió, bajó recorriendo con su lengua el cuerpo de Rose e introduciendo dos dedos en ella, cuando su boca llegó a la entrada de la mujer, comenzó a estimular su clítoris con la lengua, sin dejar de introducir sus dedos, mientras con la otra mano, apretaba fuertemente uno de sus pechos.

Rose se estremecía y comenzaba a retorcerse en la cama, estaba tan cerca del orgasmo que sus gemidos aumentaron de volumen. Sam veía cómo agonizaba y con ambas manos sostuvo con fuerza sus caderas, evitando que la mujer se apartara de su boca, y aumentando la fuerza de su lengua.

La libido contribuye en la necesidad humana fundamental para tener relaciones sexuales, es decir, incluso sin una relación íntima como la que tendrías con un amante, dando la suficiente estimulación, es posible que puedas tener sexo con cualquier persona.

Amor y sexo... A pesar de que parece que ambos vienen de la mano, no necesariamente significa que no puedan ser separados.

No importaba que en ese momento Sam estuviera complaciendo a otra mujer, ni los gemidos, tampoco escuchar a Rose gritar su nombre, no, nada de eso alejó a la pelinegra de un constante recuerdo, que se repetía en loop en su mente: Una delgada castaña, de ojos miel tan profundos como el ámbar y una gran sonrisa, tan radiante como el sol.

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Agh... Creo que no debí exagerar anoche... ─ decía Sam para sí misma, entrando a su departamento a la mañana siguiente. ─ Bueno, es momento de descansar. Con suerte no me llamarán por un caso o algo así ─ se dejó caer en la cama.

Pasaron un par de minutos, la doctora estaba a punto de caer rendida en los brazos de Morfeo, cuando fue interrumpida por el sonido del timbre de su casa.

Debe de ser una broma... ─ dijo pesadamente, cubriéndose la cabeza con la almohada. ─ ¿¡Otro repartidor de pizza perdido?! Maldición... Las personas necesitan dormir, ¡¿sabes?!- ¡TE HAS EQUIVOCADO DE DEPARTAMENTO, NO ORDENÉ NINGUNA PIZZA, ¡ASÍ QUE, VETE POR FAVOR! ─ pidió gritando.

Al no escuchar más el timbre, la doctora suspiró aliviada y se acomodó de nuevo para dormir. Pero una vez más el timbre la molestó al sonar repetidamente, no una ni dos veces, fueron cinco más, desesperando así a Sam y haciendo que en contra de su voluntad se levantara a abrir la puerta.

¡¿Cuál es tu maldito problema?! ¡¿Estás tan empecinado en darme tu estúpida pizza?! ─ Sam seguía quejándose, hasta que abrió la puerta y quedó en shock. ─ ¡¿Qué?!

¡Holaaaaaa! Buenos días, doctora, espero que no sea muy temprano para molestarte ─ saludaba Mon, de forma muy entusiasta.

¡¿Mon?! ¿Qué haces aquí, no te sientes bien? ─ Sam no salía de su asombro.

¿De qué estás hablando? ¡Me estoy mudando, obviamente! ─ una despreocupada ojimiel, se abría paso y entraba al departamento, arrastrando con dificultad un par de maletas. — ¿No piensas ayudarme?

𝐔𝐧 𝒔𝒐𝒍𝒐 𝐥𝐚𝐭𝐢𝐝𝐨 [+𝟏𝟖]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora