Epílogo II

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Mon despertaba con los primeros rayos de luz que entraban a través de las ventanas de la habitación. Quiso levantarse, pero al sentir el clima gélido, optó por acercarse más a su esposa, que se encontraba dormida profundamente.

Sam es de sueño más pesado, por lo que ya era costumbre que la ojimiel despertara antes, y después de admirar el hermoso rostro pacífico de su esposa por varios minutos y repartirle unos cuantos besos, ella se levanta a preparar el desayuno. Las habilidades culinarias de Sam habían mejorado, pero Mon siempre prefiere ser la que se encarga de cocinar, para evitar incidentes.

Esa mañana, la ojimiel no prepararía el desayuno, así que prefirió quedarse en cama con su esposa, disfrutando del momento, feliz por poder estar con ella en aquella habitación tan encantadora, rodeadas de naturaleza y a pesar de sufrir por el frío, estaba enamorada de aquel lugar tan maravilloso.

Se estiró para alcanzar el control de la calefacción y subir unos cuantos grados. El movimiento logró despertar a Sam, que intentaba acostumbrarse a la luz.

Lo siento, amor, no quise despertarte ─ la ojimiel regresó a los brazos de la pelinegra y depositó un beso en sus labios. ─ Vuelve a dormir.

Ya estoy al 100 por ciento ─ dijo desperezándose en la cama. ─ ¿Cómo dormiste, princesa? ─ Buscó sus labios y le regaló pequeños besos, robando una sonrisa de la ojimiel.

Feliz... y con frío ─ Mon se acurrucó en el pecho de su esposa.

Mmm... no hace tanto ─ Sam comenzó a acariciar el cabello de la castaña.

Eso es porque recién subí la calefacción.

¿Soportarás cuando vayamos a esquiar?

Mmm... ya no estoy segura, pero no me lo perderé por nada.

Feliz aniversario, Mon ─ Sam besó la cabeza de su esposa y la abrazó, pegándola más a su cuerpo.

Feliz aniversario, ChamCham ─ Mon salió de su escondite y se miraron fijamente, transmitiendo todo el amor que se tienen y que día con día no hace otra cosa más que crecer y fortalecerse. ─ No puedo creer que ya son dos años.

Lo sé... pensé que a los seis meses terminaría por pedirte el divorcio, no sé cómo he aguantado tanto ─ soltó la pelinegra en tono burlón.

¿Ah, sí? Pues si tanto quieres volver a ser una soltera empedernida, ya mismo regresamos y empezamos el trámite de divorcio, no quiero privarte de volver a tus aventuras ─ Mon hizo un puchero, intentando levantarse de la cama.

─ ¿A dónde crees que vas? ─ Sam soltó una carcajada y la atrajo de vuelta a la cama.

¡A llamar a mi abogado! ─ dijo con enfado, sin poder deshacerse del abrazo de la pelinegra.

Ni siquiera tienes abogado, Mon ─ tomó la barbilla de la ojimiel, acercándose a ella.

Puedo conseguir uno ─ la castaña intentaba mantener su fachada de disgusto, pero a pesar de tener ya dos años casada con Sam, la pelinegra seguía alterando los latidos de su corazón. Le robaba el aliento cada que sentía la intensidad de la cirujana al tocarla, al abrazarla con tanta seguridad y firmeza.

Sabes que no lo harás.

¿Por qué estás tan segura?

Porque me amas ─ dijo con simpleza y una sonrisa descarada.

Encima te burlas de mí. Ya suéltame, no quiero seguir siendo un estorbo para ti, te dejo libre para que hagas lo que quieras y con quien quieras.

𝐔𝐧 𝒔𝒐𝒍𝒐 𝐥𝐚𝐭𝐢𝐝𝐨 [+𝟏𝟖]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora