🎃 Capítulo 8

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—¿Qué hará con los espíritus de las ex-esposas?—pregunta Alec curioso.

—En este momento no mucho, tengo que charlar con vuestros Reyes pero pronto guiaré sus espíritus al igual que otras almas que hay cerca a su descanso como corresponde a mi obligación. —explica la Catrina con paciencia.

¿Nos dejarás a nuestra suerte, así?

—¿No hay una ley que exija que nos pongas como prioridad?

Se quejaron las voces de las decapitadas ex-mujeres de los Vulturi.

—Caprichosas mujeres. Mi tiempo es oro, pero si desean ser tratadas como damas de honor a su paraíso, les advierto que no deben serlo. Desde el primer instante que están en la forma espectral han tomado el estatus humilde como un igual como todo muerto que se encuentra en el limbo, sean pacientes y disfruten de la libertad de caminar aún por estos lares, que en cuánto emprendan camino a mi hogar no volverán hasta fechas festivas. —contestó la Catrina con la misma paciencia neutral.

—¿Y cómo los ignoras?—pregunta Aro intrigado, mientras movía ansioso sus dedos en el reposa brazos.

—Los mando a pasear. No podrán hacer caos cuando estoy en el mundo de los vivos. —explica sin muchas vueltas.

—¡No te atrevas! No sabemos como sobrellevar esto—gritó con pánico Sulpicia, tratando de aferrarse a Aro.

Sin embargo, un golpe sordo la alejó tal como un disparo lejos de él.

—Entiende tu lugar y respétame. —gruñe protectora y posesiva la Catrina, oscureciendo el ambiente para las difuntas mujeres.

¡No! Es tu deber guiarnos tu...—exclama totalmente histerica Athenodora tratando de aferrarse a Caius, pero igual recibe el mismo empujón— ¿Qué es esto?

—Los vivos y muertos no deben coexistir. Perdieron su derecho de poder hablar, silencio ambas. —ordena tajante y frivola.

¡Eres una maldit-....!—exclaman ambas al unísono quedando sin voz en el mismo segundo que se decretó la orden. Se notaba como los brazos los movían pero no se notaba los labios ni palabras debido a la carencia de cabezas en ambas mujeres.

¿Puedo... Mirar lo que has hecho?—pregunta ansioso Aro, sin poder resistir y mantenerse al mismo perfil de los demás, dirigiendose a su compañera.

Laice observa intrigada hacia el pelinegro de cabello ondulado, de aquellos sensuales ojos rojizos.

—Observa lo que debes comprender, pero no profundices. Aún no es tiempo para observar la profundidad de mi alma, Rey Aro. —advierte la catrina.

Acepta la advertencia, y toma con delicadeza la mano de su compañera, soltando sin poder evitarlo un suspiro tras percibir el escalofrío de la chispa de reconocer el tacto suave como tela aterciopelada y fría de su amada Reina.

Tras el tacto pudo notar lo que las ex-esposas reclamaron, y como la misma las sentencio al silencio. Sin embargo, quedó como piedra tras poder observar a su alrededor miles de cabezas humanas que había asesinado antes tras su consumo de almas, rodear a las difuntas reinas decapitadas.

Ningún alma o espíritu emitía ruido alguno, solo los observaban como estatuas esperando a su Catrina.

—Ellos te esperan.

—No tienen de otra. Por favor, den un poco de espacio, en el amanecer los encontraré. —expresó en general, y tras esas palabras un cálido viento corrió las cortinas de la torre, pareciendo que varios de esos rostros fueron a respetar la petición lejos de incomodar.

— Eres impresionante, se han ido todos menos ellas, ¿Porqué?

—Por que deben escuchar lo que hablaré con vosotros, las involucra tanto como a mi el tema.—expresa sin revelar mucho de aquello.

—¿Y ese tema cuál es?—inquiere Caius.

—Nuestro lazo de compañeros. La comunicación y convivencia que tendremos de hoy en más.

—¡Vaya! Eso sí que me interesa. —exclama Caius mucho mas interesado, mientras acaricia el cabello de su querida compañera.

Marcus esperando el comienzo de dicha charla queda en silencio, sin embargo, Aro se ve incapaz de soltar la mano de su compañera. Ansiado de seguir observando todo lo que ella logra ver a ignorancia de los vivos en el mundo terrenal.

—Es suficiente.

Aro se muerde la lengua tras ser atrapado por avaricioso don. Soltando la mano de su compañera.

—Eres inquietante, cara mía.

—Ese es mi encanto.

Caius, Marcus y Aro, sintieron sus gargantas secas al escuchar su voz astuta responderle sin miedo.

Eso se estaba convirtiendo en una situación mucho más interesante de lo que creían que fuera capaz de ser.

Mis Reyes - VulturiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora