🎃 Capítulo 6

667 78 2
                                    

La Catrina Laice se había teletransportado justo en una de las grandes puertas de una de las torres del Castillo Vulturi, acompañada de Marcus, qué solo seguía en calma a su querida compañera. La guardia que se encargaba de cuidar a esas dos vampiras los recibieron alertado pero quedaron extrañados al ver a uno de sus Reyes desaparecidos.

—Abríos la puerta, y no aviséis a mis hermanos de nuestra presencia. Aún.—pidió el Rey Marcus con una expresión calmada y pacífica.

La mujer de cabellos oscuros hasta pasados sus clavículas y piel tan pálida como un algodón entró sin más a la torre, su figura femenina era resguardada por un vestido largo de color negro, mientras que sus finas manos aún resguardaban el contacto de Marcus, parecían haber agarrado la maña de estar sujetos así.

—Marcus... —susurra sorprendida la vampira de cabellos negros, Athenodora— ¿Cuándo has vuelto?

—¿Quién es usted y por qué estáis agarrados tan románticamente?—pregunta a la defensiva la rubia vampira, Sulpicia.

—Hace un par de horas. —contestó Marcus con semblante incómodo, a la ex-esposa de su hermano Caius.

—Perdone mi irrespetuoso entrada, soy Laice Collins y tranquilas, me gustaría charlar un momento con vosotras. Creo que es lo más conveniente para la situación que nos envuelve actualmente. —se presenta como si no fuera otra figura importante.

Y era así. Solo sus Reyes podrían verla como tal, ya que así había decidido ella hacerlo para no alertar a las vampiras.

—¿Nos envuelve? No te conocemos, ni mucho menos entendemos como sabes de nosotras —expresa a la defensiva Athenodora, mirandola con la ceja derecha alzada y de brazos cruzados.

—Tiene razón. Las conozco de nombre y apariencia, más nunca nos hemos visto de frente. Siempre de reojo—contesta la mujer de ojos rojos para las vampiras, pero negros tenebrosos para Marcus.

—Deja de ser tan misteriosa.—grupe impaciente Sulpicia.

—Bien. Soy la mujer que desean reclamar vuestros Reyes, soy la verdadera compañera. He venido a hablarles un poco más del asunto, no los reclamaré como debe ser hasta que respeten lo que han creado para llenar el vacío de no encontrarme. —contesta tajantemente pero muy seria.

—¡Tu eres la maldita embustera!—sisea tan molesta Athenodora que la intenta agarrar pero sus manos chocan contra la superficie del sillón.

—¡Quién te crees que eres!—gruñe Sulpicia totalmente histérica.

—Deben comprender por las buenas, Aro la creó a usted como fue su deseo más añorado, la aclamada compañera. Pero aquello no se puede crear a conveniencia, el destino se hace de forma incierta, no planeada. —expresa Laice Collins, mientras se acerca nuevamente a Marcus que se mantiene tenso al no poder moverse.

«¿Por qué no me muevo?»gruñe impotente, causando temor en las vampiras, sin saber que aquello no era principalmente para ellas.

—Y a usted, realmente no lo sé. Caius es impredecible. Supongo que ha sido una ridícula decisión premiscua suya. —contesta mirando sin emoción alguna hacia Athenodora. Quién la mira con ganas de matarla pero se escapa de sus manos tal como si fuera humo.

— ¡No uses artificios conmigo!

Digna susodicha del vampiro narcicista y gruñon. Sin embargo, Laice no se inmutó en la orden furiosa que advertía aquello.

—Quiero expresarles mi más sincero respeto, no tomaré lugar en la situación hasta que vosotras descansen en paz. Posean la libertad que tanto desearon, y por sobre todo disfruten de lo que les fue denegado tras ser atrapadas por ellos. —expresa de una forma tan humilde que logra arder en indignación a las demás.

—¡Deja de actuar como samaritana!

—Eres una puta que ha venido a arrebatarnos el trono y poder que nos pertenece. —gruñe Sulpicia con tanto menosprecio burbujear su labia.

Marcus no lo soporta más, saliendo de aquel embrujo que lo mantenía totalmente fuera del alboroto. Golpeando la mejilla de aquella vulgar mujer que había ensuciado el rostro de su compañera.

—¡Única y última vez que dices improperios contra tú única Reina! Le debes respeto, tch... Está más que visto que nunca estuviste a la altura de ser una esposa de nuestro rango. —sisea tan protector, dominante y fiel el joven barbaro de ojos rojos.

—Marc...

—¡No las excuses! Han manchado tu presencia. Es lo que se merece, aún cuando no sea partidario de la violencia hacia una mujer, no voy a soportar que te falten al respeto. —gruñe tan a la defensiva que nadie se lo cree. Aquel hombre no era más aquella triste máscara de luto.

—¿Acaso ya has olvidado a Didyme?—sisea con rencor Athenodora.

—Ya la reemplazaste por una de consuelo. ¡Qué bajo has caído!—sisea Sulpicia, totalmente lista para pelear. Intentando no sentirse humillada por la puel agrietada que mantenía en su mejilla izquierda.

Esta vez, no fue Marcus quién intervino, sino que la misma Catrina quién tomó del cuello a la ex-esposa de Aro. Su presencia se hizo el lugar que debía y la dejó impregnada en horror.

—¡Eres un monstruo! Suéltame —gimió totalmente asustada. Aquella criatura o mujer que estaba frente suyo no tenía ojos, solo era un espectro del mal.

—Exacto. Soy la Muerte, no necesito de Castillo ni otro poder para sucumbirte a mi nombre. Por las buenas he querido darles su lugar como mujeres, sin embargo, lo han despediciado. —sentenció cansada de escuchar gritos de grillos en su contra.

Mentira sería si los gritos e improperios dichos no fueran parte de cada día de su vida. Pero aquello era mas para escuchar otro día, no hoy.

—Sueltala por favor, n-no te hemos hecho nada —suplicó la rubia de ojos rojos, tratando de liberar a su amiga.

Sin embargo, la sonrisa cínica y sombría hizo que la piel de las dos fuera electrocutada y mantenidas direcramente al suelo. Gritando a horrores como si fueran quemadas en vida, pero, aunque se quiera creer que fue arte y obra de la Catrina Laice, no lo fue. Ella solo las soltó al sentir las presencias conocidas tras suyo.

La responsable de aquel dolor inminente había sido nada mas y menos que de Jane Vulturi.

Habían visto y escuchado toda la hipocresía de las supuestas Reinas. Y por lo tanto había tenido suficientes motivos para llegar a tal punto sin ninguna orden.

Mis Reyes - VulturiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora