🎃 Capítulo 18

377 43 0
                                    

La Catrina se encontraba bostezando totalmente adormilada, desinteresada con el mundo y lo que pudiera rodearla, la siesta si que la había relajado lo suficiente como para mirar con desden a los dos amigos suyos que se encontraban tarareando cualquier música en vez de empezar a hablar.

Por lo que, ella procedió a crugir y liberar los huecos de aire de entre sus huesos del cuello, hombros y dedos hasta hartarse del silencio extraño que había entre manos del Fénix y Deivid.

—Bien, cuéntenme sus travesuras y les daré sus respectivos castigos. —pide Laice, con una voz pasiva.

Deivid se relamió la boca antes de hablar, y la miró como si buscara su salvación en algun punto lejos de su mirada, mientras que el fénix se rascó el plumaje de entre sus alas con nerviosismo. Laice se levantó del sillón e impuso su presencia.

—La entrega fue exitosa. Tus reyes lo recibieron sin problemas. —comenta Deivid sin mirarla a los ojos. Mientras se rascaba su barbilla.

—Y... Les robó sus insignias. A modo de pago del delivery. —añadió el fénix— Aunque no creo que lo hayan notado.

La Catrina Laice extendió su mano abierta en dirección a Deivid, exigiendo lo robado con un gesto. Tras un chasqueo de molestia dirigida al fénix, resopló y seguidamente entregó los tres objetos a regañadientes.

—¿Algo más que contar?—preguntó com cierta sospecha.

—Amenazó con prohibirles volverte a ver si te llegaban a dañar o romper el espejo, a modo de maldición. —añade por reflejo el fénix. La lealtad que este poseía con su Catrina era absoluta.

Deivid lo golpea por la nuca con ganas de despellejarlo, pero este vuela y se posa en el hombro de la Catrina.

—Hmp, no esperaba menos de ti. —comenta la Catrina sin sorprenderse, por lo que acaricia la cabecilla del fénix con dulzura con su dedo índice, produciendo unas ligeras chispas— Aunque no debes robar cosas que tengan su esencia, no deseo exponerlos a los peligros que tengo en mis hombros, Deivid.

El demonio cadaverico hace una mueca al caer en cuenta en ello, no lo había pensado, solo había pensado en desbarajustar esa paz en los reyes.

—Adivino, no lo pensaste.

Deivid niega. —Ya, lo siento, Laice.

—Y lo sentirás. Tu mujer está insoportable, ve a consolarla y en cuánto ya esté como nueva vuelve al trabajo. Te espera unas cuántas pilas de papeleo en tu escritorio. —contesta no tan molesta como ambos esperaban.

—Bien...—refunfuñó aceptando el "castigo" aunque conociendo a su mujer, lo melosa que se ponía tras tener toda su atención ya luego se le dificultaba un monton volver a su trabajo y ponerse al día.—¿ pero solo eso será el castigo?

—Si. Fénix ha hecho su trabajo, por ende, estoy de buen humor. —admite despreocupada mientras se acerca a beber un poco de humo celestial.

—No te emborraches, ¿Qué harás con los medallones?—pregunta interesado en regatearlos de igual manera.

—Los devolveré. No puede quedar su esencia por mucho más tiempo aquí. Hay que protegerlos, aún no están listos para batallar a mi lado contra aquellas criaturas rebeldes. —contesta la Catrina Laice mientras remueve los medallones entre sus dedos y poco después, estos desaparecen de sus vistas.

—¿Por qué no me lo regalas?, le daré mejor uso—pide Deivid.

—Por que no puedo regalar lo que no es mío...—contesta con una expresión divertida la Catrina.

—Pero ellos son tuyos, por consiguiente, todo lo que sea de ellos es tuyo. No seas mala... —replica Deivid.

—Lastima que si lo soy. —se mofa y sin perder tiempo traspasa el espejo a su lado derecho junto con la compañía del Fenix, dejando con la palabra en la boca al demonio.

Deivid resopla y se retira del despacho de la Catrina, debía ir pronto a cumplir su condena y volver al trabajo.

Mis Reyes - VulturiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora