Volumen 3 - Prologo.

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En la capital del País de Irgald existe cierta Cueva generada naturalmente. La cual no otorga tesoros ni recursos como suelen hacer las normales.

En vez de ello, posee una gigantesca red de laberintos que llevan hasta lo más profundo de la tierra y que solo los más inteligentes podrían cruzar.

Aquella cueva ha existido durante más de 200 años.

Nadie sabe de donde salió y nadie sabe porque no desaparece tampoco. Sin embargo, eso no significa que no tenga ningún uso.

Como los laberintos se vuelven más complicados a medida que avanzas hacia sus tramos finales, Irgald decidió usar este lugar como una prisión, para todos aquellos que amenazaban la paz del País.

Esta prisión era llamada El panal debido a la forma de hexagonales de sus celdas y también porque, cada cierto tiempo, sus paredes se tornaban de un color amarillo debido a los extraños minerales que allí se encontraban. Además, si tenías suerte, puedes ver como pequeñísimas pepitas de oro sobresalen en algunas de sus superficies.

Y es en una de estas celdas que posee, ubicada en uno de sus más complicados laberintos y recubierta de barras de hierro y acero; en dónde nos encontramos ahora.

[Oh... así que has estado aquí por más de un año ¿eh?]

[Así es. Estaba en uno de los laberintos superiores, pero me trasladaron aquí hace poco debido a que limpié la celda en la que me encontraba.]

Dos prisioneros vistiendo harapos, que tenían sus celdas el uno frente a la otra, estaban conversando tranquilamente para pasar el tiempo.

El primer prisionero, el cual tenía una apariencia masculina, estaba conversando con una joven mujer de apariencia humana, que parecía no tener más de 20 años.

A diferencia del hombre, el cual podía moverse libremente por su celda, la mujer estaba atada de manos y pies por unas gruesas cadenas de hierro que estaban pegadas a la pared.

Su cabello era rojo como la sangre y tenía pequeños mechones naranjas, los cuales hacían que luciera como si llevara puesta una melena de fuego.

Sus ojos negros y dientes afilados le daban una presencia aterradora y a pesar de que lucía delgada, poseía un físico tan bien formado que sería la envidia de cualquier atleta.

[¿Te trasladaron?] —preguntó el primer prisionero. —[Creí que las celdas más profundas eran para lo peor de lo peor. Y tu no luces muy peligrosa que digamos.]

La mujer sonrió ante el comentario del hombre, que claramente buscaba alterarla. Y aunque no sabía porque buscaba eso, decidió seguirle el juego.

[Pues... yo tampoco estoy segura de porque estoy aquí. En lo que a mí respecta, no hice nada malo.]

La confianza que poseía en sus palabras era abrumadora e hizo que un pequeño escalofrío pasara por la espalda del primer prisionero.

[Eres una chica mala ¿eh?] —dijo mostrando confianza a pesar de aquel escalofrío. —[Ya no hay muchos humanos que se atrevan a realizar tales fechorías.]

[No eres quien para juzgarme. Esta es solo mi forma de ser.]

A pesar de que estaban en diferentes celdas, el primer prisionero no tenía la guardia baja, pues, aunque no se lograba ver a simple vista, la mujer estaba tirando de sus cadenas con fuerzas, buscando liberarse.

Y por si eso fuera poco, también se podía ver una clara intención asesina en sus negros ojos.

No detecto casi nada de magia en ella. —pensó el primer prisionero. — Las barras que posee su celda también están hechas de material para Inhibidores como las mías, pero no parece estar haciendo mucho para debilitarla.

Soy el más fuerte... ¿verdad? (Pausa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora