✠ 𝙴𝙳𝚆𝙰𝚁𝙳 ✠
Desde aquel día en que Helen entró a mi vida trajo consigo algunas cosas, y entre ellas; está el insomnio, antes, apenas tocaba la almohada mis ojos se cerraban y me sumergía en un sueño profundo, pero ahora es diferente, pues su rostro, sus ojos y su cuerpo invaden mis pensamientos, impidiendo que pueda conciliar el sueño.
Anoche no fue la excepción, pues no dejé de castigarme por haber permitido escapar la oportunidad de probar sus labios, quizás debí hacerlo para exterminar ese deseo carnal que me está consumiendo por dentro.
Nunca he creído en el cielo, mucho menos en el infierno, pero si estuviera equivocado y aquellos lugares existiesen, estoy seguro que iría directamente al averno, siendo condenado a sufrir allí por el resto de mis días.
Tenerla cerca me debilita y no sé por cuánto tiempo pueda resistirme, su presencia es una invitación a romper cualquier regla, me alimenta las inmensas ganas de arder juntos en el mismísimo infierno, y si hacerla mía significa terminar en ese lugar tomaría el castigo eterno como un regalo.
El canto de los pájaros avisa que la mañana ha comenzado, bajo de la cama y antes de salir me aseguro de tener puesta mi pijama, la puerta de la habitación de Emma continúa cerrada, sé que Helen sigue aquí pues en toda la noche no escuché que nadie saliera de casa.
Bajo las escaleras y camino hasta la cocina, enciendo la cafetera y mientras se termina de preparar mi bebida preferida aprovecho para acomodar los cojines del sofá.
Busco en la alacena y en el refrigerador todo lo necesario para preparar el desayuno, y antes de comenzar me coloco el delantal rosado que Chrissy utiliza todos los días.
Con ayuda de un tenedor agito los huevos que minutos atrás deposité en el bowl, toda mi atención está puesta en el movimiento circular de mi muñeca derecha, pero mis ojos se desvían hacia las escaleras en cuanto me percato de que hay alguien ahí.
—Buenos días —sonrío de inmediato. —¿Dormiste bien? —dejo el bowl en la mesita.
—Sí, aunque Emma me golpeó un par de veces —su sonrisa es más radiante que los rayos del sol de esta mañana.
—Lo sé, también formo parte de su lista de víctimas —me recargo en la barra desayunadora y cruzo mis brazos. —Ya estoy preparando el desayuno, ¿por qué no te quedas? —
—Lo siento pero Jonathan me debe estar esperando —aprieta sus labios y al mismo tiempo su ceño se frunce.
—No te preocupes, ve a casa —su expresión sigue siendo la misma, creo que en realidad desea quedarse.
—Gracias por todo, Señor Munson —observo sus ojos, alrededor de ellos hay una pequeña cantidad de color negro, su maquillaje está hecho un desastre pero aún así luce tan hermosa.
—De nada, Byers —asiente con la cabeza y da media vuelta, mientras se acerca a la puerta aprovecho para mirar su cuerpo, es tan perfecta.
El desayuno está listo pero aún no hay rastro de Emma, subo hasta su habitación, doy unos golpecitos a su puerta pero no responde, así que opto por entrar.
—Emma, sé lo que se siente pero debes levantarte, ya preparé el desayuno —toma la cobija y se cubre por completo, sonrío, actuaba igual cuando Wayne me despertaba después de una buena borrachera.
En el piso se encuentra mi camisa de Iron Maiden, no dudo ni un segundo en levantarla y la coloco sobre mi hombro.
—Tienes diez minutos para levantarte —
—Entendido —dice casi en un susurro, cierro la puerta y regreso a la planta baja, ahora me dirijo al cuarto de lavado.
Tomo la camisa entre mis manos y antes de meterla a la lavadora la acerco a mi rostro, mis ojos se cierran, y en cuestión de segundos mi nariz comienza a deleitarse con el aroma que está atrapado en la tela de esa vieja prenda.
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𝙰𝙼𝙰𝚁𝙴𝚂𝙲𝙴𝙽𝚃𝙴
Ficción GeneralEdward Munson tiene ahora 38 años, pero su esencia sigue siendo la misma, le gusta estar en situaciones de riesgo, como por ejemplo; entre las piernas de la mejor amiga de su hija, Helen Byers.