⭑𝙷𝙴𝙻𝙴𝙽⭑
Para la mayoría de personas el día de su cumpleaños es una fecha importante, incluso esperan con ansias que esos 364 días pasen volando para volver a festejar junto a sus amigos o familia, luego estamos nosotros, las personas que vemos el día de nuestro cumpleaños como un día común, esperando ansiosos y solitarios que ese día termine.
Cuando era niña si que me gustaba, me emocionaba cumplir un año más de vida, y aunque sabía que recibir un regalo no era posible, aún así lo esperaba, pero siempre terminaba con el corazón roto, más que el año anterior.
En la lista de mis malos recuerdos hay uno que por más que pase el tiempo siempre va a dolerme, duele porque a la fuerza tuve que darme cuenta de que no le importaba a nadie.
𝙸𝙽𝙸𝙲𝙸𝙾 𝙳𝙴𝙻 𝙵𝙻𝙰𝚂𝙷𝙱𝙰𝙲𝙺
Me levanté emocionada con la esperanza de que mí madre no estuviera ebria y que recordara mi cumpleaños, mi sonrisa se hizo más grande cuando ví un pastel en el centro del pequeño comedor, parecía ser de fresa por su cubierta color rosado, pero resultó ser de chocolate, mi madre estaba sentada en el sillon viejo que crujía cada vez más fuerte, sólo me miraba, no hacía nada, ni siquiera se movía.
—Feliz día conejita —me decía así por la forma de mis dientes, pues los centrales eran un poco más grandes que el resto. —Espero te guste —dijo con dificultad antes de cerrar los ojos y caer en un profundo sueño.
—Gracias mami —me acerqué para ponerle una manta encima.
Me puse frente al pastel y en mi mente comencé a cantar Happy Birthday, mamá había olvidado comprar una velita, pero al menos recordó mi cumpleaños, y eso era suficiente, por lo tanto tuve que imaginar que encima de la cubierta rosada habían once velitas, cerré los ojos y pedí un deseo, seguido de eso sople para lograr apagar el fuego inexistente.
Hubiera pastel o no mi deseo siempre fue que mamá dejará de drogarse y beber, luego caminé hasta mi habitación y me quedé dormida, no sé cuánto tiempo pasó pero de pronto sentí que me sacudían, era Abigail tratando de despertarme.
—¿Qué pasa mami? —pregunté somnolienta.
—Tengo una sorpresa para ti, anda, ponte tus zapatos —rápidamente me levanté de la cama y coloqué mis tenis, tomé una chaqueta y ambas salimos de casa.
—¿A dónde vamos? —detuvo el auto y de su bolso sacó un sobre amarillo que contenía dinero.
—Vamos a festejar, ¿a dónde quieres ir? —su tono era dulce, extrañaba tanto que me hablara de esa manera.
—¡A la pista de patinaje! —grité con emoción.
—Pues entonces vamos ahí, conejita —me puse el cinturón de seguridad y mamá aceleró.
Poco a poco fui sintiendo mis párpados más y más pesados, y evitar quedarme dormida fue inútil.
—¡Por favor Bill, necesito más! —los gritos de Abigail me hicieron despertar.
—¡Tengo el dinero, esta vez lo tengo! —gritaba y sollozaba con desesperación dentro de la cabina de un teléfono público.Abrí la puerta del copiloto para descender del auto.
—¡No cuelgues, Bill, por favor no lo hagas! —su voz se entrecortaba. —¡Puedo darte un extra, te juro que tengo el dinero! —mis ojos se nublaron por las lágrimas, me dolía verla así. —¡Bill, Bill! —dio unos golpes al teléfono.
—¡Hijo de perra! —exclamó y salió.Se dirigió hacía mí y me tomó con fuerza el brazo llevándome hasta el auto.
—¿Qué pasa mamá? —volví a abrochar mi cinturón. —¿Ya casi llegamos? —no respondía nada. —¿Mami? —me miró de una manera que me hizo estremecer.
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𝙰𝙼𝙰𝚁𝙴𝚂𝙲𝙴𝙽𝚃𝙴
Ficción GeneralEdward Munson tiene ahora 38 años, pero su esencia sigue siendo la misma, le gusta estar en situaciones de riesgo, como por ejemplo; entre las piernas de la mejor amiga de su hija, Helen Byers.