𝙲𝙰𝙿Í𝚃𝚄𝙻𝙾 𝟺𝟹

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⭑𝙷𝙴𝙻𝙴𝙽⭑

Mis manos se posan en los extremos del lavabo y mi mirada se detiene en el reflejo del espejo. Mi corazón late con demasiada fuerza mientras decenas de lágrimas escapan por las comisuras de mis ojos. Vuelvo a tomar el pequeño dispositivo de tapa rosada, me recargo en la pared al percatarme de que el resultado sigue siendo el mismo. Hay dos rayitas, no necesito leer el instructivo, sé perfectamente lo que significa, pues Abigail se realizaba muchos de estos test.

—Conejita, toma —me entrega un par de dólares. —Ve a la farmacia y cómprame otra de esas cajitas, con el sobrante puedes comprarte un caramelo de fresa —me guiña, parece que hoy amaneció de buen humor.

Salgo de casa y corro hasta la farmacia que se encuentra en la siguiente calle. Apenas cruzo la puerta, la mujer que está detrás del mostrador me mira con lástima, no sé si se deba a que mis pantalones están rotos de las rodillas o a mi cabello enredado. Decido no prestarle atención y me acerco a la gran vitrina.

—Hola, quiero una de esas —señalo el grupo de cajitas delgadas y rectangulares, la mujer aprieta los labios.

—No puedo dártela, dile a Abigail que venga por ella —está molesta, sin embargo, su tono de voz es dulce.

—Por favor, si llego con las manos vacías, me va a castigar —suspira.

—De acuerdo, pero dile que es la última vez, tiene que comenzar a ser responsable —asiento con la cabeza, lo único que me importa es obtener mi caramelo de fresa.

Abigail toma la cajita y luego entra al baño. Utilizo mis dientes para romper el empaque del caramelo, y cuando logro abrirlo, me siento en el sofá de color grisáceo para disfrutar del sabor azucarado. Han pasado unos minutos, Abigail sigue dentro, solo que ahora está llorando. Me acerco a la puerta y observo por la rendija, está sentada en el piso y en sus manos sostiene un objeto parecido a una pluma.

—¿Estás bien, mami? —me mira, sus ojos están rojos e hinchados.

—¡Vete a tu habitación, niña entrometida! —mi mentón tiembla y mis lágrimas no tardan en aparecer.

Solo era una niña de ocho años que no tenía idea de nada. Una niña que solo se preocupaba por su madre. Pasaron los años y Abigail continuaba enviándome a aquella farmacia, los caramelos de fresa dejaron de gustarme y había ocasiones en las que Abigail lloraba dentro del baño, y otras en las que salía feliz. A esas alturas, ya entendía lo que ocurría.

Ahora, entiendo lo que me ocurre.

Días atrás me encontraba en uno de los mejores momentos de mi vida, y ahora, sólo deseo despertar de esta pesadilla. Salgo del baño y me siento en la orilla de la cama, tomo el teléfono de mi mesita de noche y busco el contacto de Edward. Observo su foto, sus ojos color chocolate me atrapan y de pronto recuerdo aquellas palabras que dijimos.

—Edward... prométeme algo —asiente con la cabeza.
—Promete que nunca vas a dejarme, no importa que tan difícil sea estar a mi lado, ¿puedes hacerlo?

—Lo prometo, estaré siempre a tu lado, no importa que tan difícil sea —

Sonrío, quizás no debo estar tan angustiada. Sé que Edward no me dejará sola. Estoy segura de que juntos enfrentaremos esta situación. Así que sin dudarlo ni un segundo más, decido enviarle un mensaje.

𝙰𝙼𝙰𝚁𝙴𝚂𝙲𝙴𝙽𝚃𝙴 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora