Capítulo 5

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— Porque no soy ninguna gata callejera con la cola levantada para que cualquiera venga, me monte y se largue.

Lalisa alzó una ceja ante la cruda e inesperada analogía. Pero más que las palabras, lo que le sorprendió fue el tono amargo de su voz. Debieron utilizarla en el pasado. No era de extrañar que se asustase.

Una imagen de Somi le pasó por la mente y sintió una punzada de dolor en el pecho, tan feroz que tuvo que recurrir a su firme entrenamiento militar para no tambalearse.

Tenía muchos pecados que expiar. Algunos habían sido tan grandes que tres mil años de cautiverio no eran más que el principio de su condena.

No es que fuese una idiota egoista de nacimiento; es que, tras una vida brutal, plagada de desesperación y traiciones, había acabado convirtiéndose en una.

Cerró los ojos y se obligó a alejar esos pensamientos. Eso era, nunca mejor dicho, historia antigua y esto era el presente. Jennie era el presente.

Y estaba en él por ella.

Ahora entendía lo que Jisoo quería decir cuando le habló sobre Jennie. Por eso la convocaron. Para mostrarle a Jennie que el sexo podía ser divertido.

Nunca antes se había encontrado en una situación semejante. Mientras la observaba, sus labios dibujaron una lenta sonrisa. Ésta sería la primera vez que tendría que perseguir a una mujer para que lo aceptara.

Anteriormente, ninguna había rechazado su cuerpo. Con la inteligencia de Jennie y su testarudez, sabía que llevársela a la cama
sería un reto comparable al de tender una emboscada.

Sí, iba a saborear cada momento.

Igual que acabaría saboreándola a ella. Cada dulce centímetro de su cuerpo.

Jennie tragó saliva ante la primera sonrisa genuina de Lalisa. La sonrisa suavizaba su expresión y lo hacía aún más devastador.

¿Qué demonios estaría pensando para sonreír así?

Por enésima vez, sintió que se le subían los colores al pensar en su crudo discursito. No lo había hecho a propósito; en realidad no le gustaba desnudar sus sentimientos ante nadie, especialmente ante una desconocida. Pero había algo fascinante en ella. Algo que era percibía de forma perturbadora. Quizás fuese el disimulado dolor que reflejaban de vez en cuando esos celestiales ojos de color miel, cuando la encontraba con la guardia baja. O tal vez fuesen sus años como psicóloga, que le impedían tener un alma atormentada en su casa y no prestarle ayuda.

No lo sabía.

El reloj de pared del recibidor de la escalera, dio la una.

— ¡Dios mío! —dijo asombrada por la hora—. Tengo que levantarme a las seis de la mañana.

— ¿Te vas a la cama?, ¿a dormir?

Si el humor de Lalisa no hubiese sido tan huraño, el espanto que mostró su rostro habría hecho reír a Jennie de buena gana.

— Tengo que irme.

La rubia frunció el ceño… ¿adolorida?

— ¿Te ocurre algo? —preguntó Jennid.

Lalisa negó con la cabeza.

— Bueno, entonces voy a enseñarte el sitio donde vas a dormir y…

— No tengo sueño.

A Jennie le sobresaltaron sus palabras.

— ¿Qué?

Lalisa la miró, incapaz de encontrar las palabras exactas para describirle lo que sentía. Llevaba atrapada tanto tiempo en el libro, que lo único que quería hacer era correr o saltar. Hacer algo para celebrar su repentina libertad de movimientos.

MI SUEÑO PROHIBIDO | JENLISADonde viven las historias. Descúbrelo ahora