Capítulo 23

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Jennie dejó que su mirada vagara por la habitación de sus padres.

— Supongo que ya va siendo hora de seguir adelante, pero te juro que aún puedo escucharlos, sentirlos.

— Es su amor lo que percibes. Aún está dentro de ti.

— ¿Sabes? creo que tienes razón.

— ¡Oigan! —gritó Jisoo desde la puerta, interrumpiéndolos—. Rosie está pidiendo una pizza, ¿quieren comer algo?

— Sí —contestó Jennie.

— ¿Y tú? —le preguntó Jisoo a Lisa y ella le sonrió a Jennie.

— Me encantaría comer pizza.

La morena soltó una carcajada al recordar cómo Lisa le había pedido pizza la noche que la invocaron.

— Oki —dijo Jisoo—, pizza para todas.

Lalisa le dio a Jennie los anillos de su madre.

— Los encontré en el suelo.

Se acercó a la cómoda para guardarlos, pero se detuvo. En lugar de eso, se los colocó en la mano derecha y, por primera vez después de unos cuantos años, se sintió reconfortada al verlos.

Al salir de la habitación, Lalisa cerró la puerta.

— No —le dijo la morena—, déjala abierta.

— ¿Estás segura?

Ella asintió.

Cuando entraron en su dormitorio, vio que Lisa también lo había ordenado. Pero al contemplar las estanterías que habían guardado sus libros, ahora vacías, se le rompió de nuevo el corazón.

En esta ocasión no protestó cuando Lisa cerró la puerta.

Horas más tarde y después de haber comido, Jennie pudo convencer a Jisoo y a Rosé de que se fueran.

— Estoy bien, de verdad —les aseguró por enésima vez en la puerta. Agradecida por la presencia de Lisa, colocó la mano sobre su brazo—. Además, tengo a Lalisa.

Jisoo la miró con severidad.

— Si necesitas algo, me llamas.

— Lo haré.

Sin sentirse segura del todo, Jennie cerró la puerta principal y subió a la habitación seguida por Lisa.

Se tumbaron en la cama, una al lado de la otra.

— Me siento tan vulnerable… —susurró mientras Lisa le acariciaba el pelo.

— Lo sé. Cierra los ojos y duerme tranquila. Estoy aquí. Yo te mantendré a salvo.

La rodeó con sus brazos y ella suspiró, reconfortada. Nadie la había consolado nunca como la tailandesa lo hacía.

Jennie tardó horas en dormirse, pero cuando lo hizo, quedó rendida.

Se despertó con un silencioso grito.

— Estoy aquí, Jennie.

Escuchó la voz de Lisa a su lado y se calmó al instante.

— Gracias a Dios que eres tú —murmuró—. Tenía una pesadilla.

Lisa depositó un ligero beso en su hombro.

— Lo sé.

La morena le dio un apretón en la mano antes de salir de la cama y prepararse para ir al trabajo. Cuando intentó vestirse, le temblaban tanto las manos que no fue capaz de abotonarse la camisa.

MI SUEÑO PROHIBIDO | JENLISADonde viven las historias. Descúbrelo ahora