Capítulo Final

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En un abrir y cerrar de ojos, Jennie pasó de estar sentada desnuda en su habitación a encontrarse tumbada en un lecho circular, situado en una estancia que tenía todo el aspecto de ser la tienda de un harém en mitad de un desierto.

Estaba cubierta por una pieza de seda de color rojo intenso, tan liviana y suave que se escurría sobre su piel como si se tratara de agua.

Intentó moverse pero no pudo. Aterrorizada, abrió la boca para chillar.

— No te molestes —le recomendó Angkarn, acercándose al lecho. Deslizó los ojos sobre su cuerpo con una hambrienta mirada, justo antes de subir a la cama y colocarse de rodillas al lado de Jennie—. No puedes hacer nada a menos que yo lo desee. —Le pasó un dedo, huesudo y frío, por la mejilla, como si quisiera comprobar la textura y la calidez de su piel—. Entiendo por qué ella te desea. Tienes fuego en la mirada. Inteligencia. Valor. Es una pena que no hayas nacido en la época del Imperio Romano. Podrías haberme proporcionado innumerables campeones que lideraran mis ejércitos.

Angkarn suspiró mientras su mano descendía hasta el hueco de la garganta
de Jennie.

— Pero así es la vida y así son los caprichos de las Parcas. Supongo que tendré que conformarme con utilizarte hasta que me canse de ti. Si me complaces hasta que llegue ese momento, puede que después permita que Lalisa se quede contigo. En el caso de que te siga queriendo después de que mis hijos hayan estropeado tu cuerpo.

Sus ojos ardían de deseo, y Jennie no podía dejar de temblar bajo su escrutinio.

El egoísmo de Angkarn le resultaba increíble. Al igual que su vanidad. Aterrorizada, quiso hablar, pero él se lo impidió.

¡Cielo santo! ¡Tenía poder absoluto sobre ella!

Una fuerza invisible la alzó para colocarla de espaldas sobre los almohadones mientras el dios se quitaba la túnica.

Los ojos de Jennie se abrieron como platos al verlo desnudo y con una erección completa. El terror la asaltó de nuevo.

— Ahora puedes hablar —le dijo mientras se acercaba para recostarse junto a ella.

— ¿Por qué quieres hacerle esto a Lalisa?

La ira oscureció los ojos del dios.

— ¿Que por qué? Ya la escuchaste. Su nombre era reverenciado por todo aquél que lo escuchaba, mientras que el mío apenas si se pronunciaba aun en los templos de mi madre. Incluso ahora se burlan de mí. Mi nombre se ha perdido en la antigüedad, al contrario de su leyenda, que se cuenta una y otra vez a lo largo y ancho del mundo. Pero yo soy un dios y ella no es otra cosa que una bastarda con dones que mi madre ni siquiera pensó en darme a mi, su primogénito.

— Quitale las manos de encima — siseo la voz profunda y letal de Lalisa, apareciendo como arena en el viento— Siempre has sido tan inútil que has acabado relegado en el olvido. Ni siquiera mereces limpiarle los zapatos a mi mujer.

El corazón de Jennie comenzó a latir más rápido al escuchar la voz de su guerrera. Alzó la cabeza de entre los almohadones y la vio justo al pie del estrado donde estaban ellos. Sólo llevaba puestos los jeans e iba armada con su escudo y su espada.

— ¿Cómo…? —preguntó Angkarn mientras bajaba de la cama.

Lalisa le dedicó una perversa sonrisa.

— La maldición ha desaparecido y estoy recuperando mis poderes. Ahora puedo localizarlos e invocarlos. A cualquiera de ustedes. Soy mitad diosa ¿lo olvidaste?

— ¡No! —gritó Angkarn, y al instante, apareció cubierto por su armadura.

Jennie luchó por librarse de aquella fuerza que la mantenía inmovilizada mientras el dios cogía su espada y su escudo, situados en la pared en la que se apoyaba el lecho, y atacaba a Lalisa.

MI SUEÑO PROHIBIDO | JENLISADonde viven las historias. Descúbrelo ahora