Capítulo 14

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Aunque quería separarse de ella, Jennie dio un paso atrás, deshaciendo el tórrido abrazo.

— Lalisa, compórtate.

Jadeando, observó la lucha que sostenía consigo misma mientras la devoraba con los ojos.

— Sería mucho más sencillo comportarse si no fueses tan jodidamente deseable.

El comentario fue tan inesperado que ella se rió con ganas.

— Lo siento —le dijo, captando el gesto irritado de la rubia—. Al contrario
de lo que te ocurre a ti, yo no estoy acostumbrada a que me digan cosas como ésa. El mayor cumplido que me han hecho nunca, fue el de un chico llamado Kwon Ji-yong. El día de la graduación, vino a recogerme a casa, me miró de arriba abajo y dijo: « ¡wow!, te arreglaste más de lo que esperaba».

Lalisa resopló.

— Me preocupan los hombres de esta época, Jennie. Todos parecen ser unos completos imbéciles.

Riéndose de nuevo, ella le dio un ligero beso en la mejilla y se acercó a la olla para sacar la pasta del agua antes de que se pasara. Mientras echaba los tallarines en el escurridor, se acordó del pan.

— ¿Puedes echarle un vistazo a las baguettes?

— ¿a las qué?

— Al pan en el horno

Lalisa se acercó al horno y se inclinó, ofreciéndole a Jennie una suculenta visión de su parte trasera. Ella se mordió el labio inferior, mientras se esforzaba por no acercarse y pasar la mano por ese firme trasero.

— Están a punto de quemarse.

— ¡Ay, mierda! ¿Puedes sacarlas? —le preguntó, intentando no derramar el agua que estaba hirviendo.

— Claro —Lalisa cogió el trapo de la encimera, y comenzó a sacar el pan.

De repente, soltó un juramento que llamó la atención de Jennie.

Ella se giró y vio que el trapo estaba ardiendo.

— ¡Allí! —exclamó, quitándose de en medio—. Échalo al fregadero.

La rubia lo hizo, pero al pasar por su lado, le rozó la mano con el trapo y Jennie siseó de dolor.

— ¿Te he quemado? —le preguntó.

— Un poco. Lalisa hizo una mueca al cogerle la mano para examinarle la quemadura.

— Lo siento —le dijo, un momento antes de llevarse el dedo de Jennie a la boca.

Atónita, no fue capaz de moverse mientras la tailandesa pasaba la lengua por la sensibilizada piel de su dedo. A pesar de la quemazón de la herida, la sensación era muy agradable. Muy, muy agradable.

— Eso no le viene bien a la quemadura —susurró.

Con el dedo aún en la boca, Lalisa le dedicó una sonrisa traviesa y alargó el brazo para abrir el grifo, que estaba a su espalda. Hizo un círculo completo con la lengua alrededor del dedo una vez más antes de abrir la boca y colocarlo bajo el chorro de agua fría.

Sosteniéndole el brazo para que el agua aliviara el escozor de la quemadura, se acercó a la planta de aloe, que estaba en alféizar de la ventana, y cortó un trozo.

— ¿Conoces las propiedades del aloe? —le preguntó la coreana.

— Sus propiedades curativas se conocían mucho antes de que yo naciera —respondió Lisa.

Cuando frotó el dedo con la viscosa savia de la planta, Jennie sintió que un escalofrío le recorría la espalda y se le hacía un nudo en el estómago.

MI SUEÑO PROHIBIDO | JENLISADonde viven las historias. Descúbrelo ahora