Capítulo 4

1.7K 207 24
                                    

De nuevo, una visión de Lalisa tumbada sobre ella, con el pelo cayéndole a ambos lados del rostro, formando un dosel alrededor de sus cuerpos mientras se
Entregaba totalmente a ella, la asaltó.

— Necesito algo… —a Lalisa le falló la voz.

Jennie se dio la vuelta para mirarla, con el cuerpo aún suplicándole que cediera a sus deseos.

Sería tan fácil rendirse ante ella… Pero no podía cometer ese error. Se negaba a usar a la rubia de ese modo. Como si… No, no iba a pensar en eso. Se negaba a pensar en eso.

— ¿Qué? —preguntó ella.

— Comida —contestó Lalisa—. Si no vas a utilizarme de forma apropiada, ¿te importaría si como algo?

La expresión avergonzada y teñida de desagrado que adoptó su rostro le indicó a Jennie que no le gustaba tener que pedir.

Entonces cayó en la cuenta de algo; si para ella esto resultaba extraño y difícil, ¿cómo demonios se sentiría ella después de haber sido arrancada de donde quiera que estuviese, para ser arrojada a su vida como si fuese cualquier cosa? Debía ser terrible.

— Por supuesto —le dijo mientras se ponía en movimiento para que la rubia la siguiera—. La cocina está aquí —la guió por el corto pasillo que llevaba a la parte trasera de la casa.

Abrió el refrigerador y se apartó para que ella echara un vistazo.

— ¿Qué te gustaría?

En lugar de meter la cabeza para buscar algo, se quedó a medio metro de
distancia.

— ¿Ha quedado algo de pizza?

— ¿Pizza? —repitió Jennie asombrada. ¿Cómo sabría ella lo que era una pizza?

Lalisa se encogió de hombros.

— Me dio la impresión de que te gustaba mucho.

A Jennie le ardieron las mejillas mientras recordaba el tonto jueguecito al que se dedicaron mientras comían. Jisoo había hecho otro comentario acerca de reemplazar el sexo con la comida, y ella había fingido un orgasmo al saborear el
último trozo de pizza.

— ¿Nos escuchaste? Con una expresión hermética, ella contestó en voz baja.

— la esclava sexual escucha todo lo que se dice en las proximidades del libro.

Si las mejillas le ardieran un poco más, acabarían explotando.

— No quedó nada —dijo rápidamente, desando meter la cabeza en el congelador para enfriársela—. Tengo un poco de pollo que me sobró de ayer, y también pasta.

— ¿Y vino?

Ella asintió con la cabeza.

— Está bien.

El tono despótico que utilizó Lalisa hizo estallar su furia. Era uno de esos tonillos usados por un típico Tarzán que en el fondo quería decir: Yo soy el macho, nena. Tráeme la comida. Y había conseguido que le hirviera la sangre.

— Mira, no soy tu cocinera. Como te pases conmigo te daré de comer los Wiskas del vecino.

Ella arqueó una ceja.

— ¿Wiskas?

— Olvídalo —aún irritada, sacó el pollo y lo preparó para meterlo en el microondas.

Lalisa se sentó a la mesa con ese aura de arrogancia que acababa con todas sus buenas intenciones. Deseando tener una lata de Wiskas, Jennie sirvió un poco de pasta en un plato.

MI SUEÑO PROHIBIDO | JENLISADonde viven las historias. Descúbrelo ahora