Capítulo 7

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La mañana pareció transcurrir muy lentamente con la habitual ronda de citas. Por mucho que intentase concentrarse en sus pacientes y sus problemas, Jennie no
lo lograba.

Una y otra vez, su mente volvía a recordar una piel tostada por el sol y unos ardientes ojos miel.

Y una sonrisa…

Cómo desearía que Lalisa no le hubiese sonreído jamás. Esa sonrisa podía muy bien ser su perdición.

—…y entonces le dije: «Dave, mira, si quieres ponerte mi ropa, de acuerdo. Pero no toques mis vestidos de diseño, porque cuando te los pones, me doy cuenta de que te quedan mejor que a mí, y me dan ganas de dárselos todos al Ejército de Salvación.» ¿Hice bien, doctora?

Jennie alzó la vista del cuaderno donde garabateaba bocetos de mujeres «contentas» con lanzas en ristre.

— ¿Qué decías, Krystal? —le preguntó a la paciente, sentada en el sillón justo enfrente de ella.

La mujer era una fotógrafa elegantemente vestida.

— ¿Estuvo bien lo de decirle a Dave que no se pusiera mi ropa? A ver, no me sienta muy bien que a mi novio le quede mi ropa mejor que a mi.

Jennie asintió.

— Por supuesto. Es tu ropa y no tendrías por qué cerrar tu vestidor con llave.

— ¿Lo ve? ¡Lo sabía!, eso fue lo que le dije. ¿Pero acaso me escuchó? No. Él puede llamarse Davida siempre que quiera, y decirme que es una mujer atrapada en el cuerpo de un hombre; pero cuando aterriza, me escucha como lo hacía mi exmarido. Juraría…

Jennie miró inadvertidamente la hora… otra vez. Casi había acabado con Krystal.

— Ya sabes, Krystal —le dijo, cortándola antes de que pudiese comenzar su sabida queja sobre los hombres y sus irritantes costumbres—, quizás deberíamos dejar el tema para el lunes, cuando tengamos la sesión conjunta con Dave, ¿no crees?

Ella asintió. — Estupendo. Pero recuérdeme el lunes que le hable sobre Chico.

— ¿Chico?

— El chihuahua que vive en el apartamento de al lado. Juraría que ese perro me ha puesto el ojo encima.

Jennie frunció el ceño. No era posible que Krystal insinuase lo que ella estaba imaginado que en el fondo quería decir.

— ¿El ojo?

— Ya sabe, el ojo. Puede que parezca un perro, pero sólo piensa en el sexo. Cada vez que paso a su lado, me mira la falda. Y no se imagina lo que hace con mis zapatillas de deporte. Ese perro es un pervertido.

— ok —contestó Jennie, interrumpiéndola de nuevo. Empezaba a sospechar que no podía hacer nada con Krystal, y su obsesión acerca de que todos los hombres del mundo se morían por poseerla—. Definitivamente, nos ocuparemos del enamoramiento que ese Chihuahua siente por ti.

— Gracias doctora. Es la mejor —Krystal recogió su bolso del suelo y se encaminó hacia la puerta.

Jennie se frotó la frente mientras las palabras de su paciente aún resonaban en
su cabeza. ¿Un chihuahua? ¡Jesús! Pobre Rachel. Tenía que haber algún modo de ayudar a esta pobre mujer.

Aunque, por otro lado, era preferible tener a un chihuahua lanzando miradas lujuriosas a tu falda, que a una esclava qué más parecía una diosa rncarnada.

— Ay, Chu —resopló—, ¿cómo consigues meterme en estos líos?

Antes de poder hilar ese pensamiento, sonó el zumbido del intercomunicador.

MI SUEÑO PROHIBIDO | JENLISADonde viven las historias. Descúbrelo ahora