Capítulo 8

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Jennie cruzó la calle entre carcajadas. Sabía que Lalisa iría tras ella; de hecho, sentía su presencia justo a su espalda. Era algo innegable: esa mujer tenía una forma horrorosa de invadir sus pensamientos y sus sentidos.

Ninguna de las dos dijo una palabra mientras atravesaban la atestada galería comercial, y entraban en la primera tienda que vieron.

Jennie echó un vistazo hasta encontrar algo que le quedara a la guerrera.

Cuando la localizó, se dirigió hacia allí.
— ¿Qué estilo de ropa te gusta más? —le preguntó a la rubia, mientras se detenía junto al expositor de los pantalones.

— Para lo que tengo en mente, el nudismo nos vendría bien. ꟷcontestó con una sonrisa de lado

Jennie puso los ojos en blanco.

— Estás intentando fastidiarme, ¿verdad?

— Tal vez. Debo admitir que me gustas mucho cuando te sonrojas.

Y se acercó a ella.

Jennie se apartó y dejó que el mostrador de los vaqueros se interpusiera entre ellas.

— Creo que necesitarás por lo menos tres pares de pantalones mientras estés aquí.

Lalisa suspiró y miró atentamente los jeans.

— ¿Para qué molestarte si me iré dentro de unas semanas?

Jennie la miró furiosa...

— ¡Jesús, Lalisa! —le espetó, indignada—. Te comportas como si nadie se hubiese preocupado de vestirte en tus anteriores invocaciones.

— No lo hicieron.

La morena se quedó paralizada ante el triste tono de su voz.— ¿Me estás diciendo que durante los últimos tres mil años nadie se ha preocupado de que te pongas algo de ropa encima?

— Sólo en dos ocasiones —le contestó con la misma inflexión monótona—. Una vez, durante una ventisca en Inglaterra, en la época de la Regencia, una de mis invocadoras me cubrió con un camisón rosa de volantes, antes de sacarme al balcón para que su marido no me encontrara en la cama. La segunda vez fue demasiado bochornosa para contártela.

— ¿Solo te han invocado mujeres?

— Sí, Bueno... supongo que a los hombres no les gusta tanto la historia y los libros. Pero si te soy honesta lo prefiero así. Ellos son todavía peores que las mujeres.

A Jennie se le encogió el corazón.

— No tiene gracia. Y no entiendo cómo alguien puede tener una mujer como tú al lado durante un mes y no preocuparse de que se vista.

— Mírame, Jennie —le dijo, extendiendo los brazos para que contemplara su esbelto y delicioso cuerpo—. Soy una esclava sexual. Nadie había pensado jamás en ponerme ropa para cumplir con mis obligaciones, antes de que tú llegaras.

La apasionada mirada de Lalisa la mantenía en un estado de trance, pero el dolor que ella intentaba ocultar en las profundidades azules de sus ojos la golpeó con fuerza. Y el golpe le llegó al alma.

— Te aseguro —prosiguió ella en voz baja—que una vez me tenían dentro, hacían cualquier cosa por mantenerme allí; en la Edad Media, una de las invocadoras bloqueó la puerta y le dijo a todo el mundo que tenía la peste.

Jennie desvió la mirada mientras la escuchaba. Lo que le contaba era increíble, pero podía decir —por la expresión de su rostro— que no estaba exagerando ni un ápice.

No era capaz de imaginarse las degradaciones que habría sufrido a lo largo
de los siglos. ¡Santo Dios!, la gente trataba a los animales mejor de lo que la habían tratado a ella.

MI SUEÑO PROHIBIDO | JENLISADonde viven las historias. Descúbrelo ahora