Jennie hizo lo que cualquier mujer que se encuentra a una mujer desnuda en su salita de estar hubiese hecho: gritar.
Y después, salir corriendo hacia la puerta.
Sólo que se olvidó de los cojines que habían amontonado en el suelo y que aún estaban allí. Se tropezó con unos cuantos y cayó de cara al suelo.
¡No! Gritó mentalmente mientras aterrizaba de forma poco elegante y dolorosa. Tenía que hacer algo para protegerse.
Temblando de pánico, se abrió paso entre los cojines mientras buscaba un arma. Al sentir algo duro bajo la mano lo cogió, pero resultó ser una de sus pantuflas rosas con forma de conejo.
¡Mierda! Por el rabillo del ojo vio la botella de vino. Rodó hacia ella y la cogió; entonces se giró para enfrentar a la intrusa.
Más rápido de lo que ella hubiese podido esperar, la mujer cerró sus cálidos dedos alrededor de su muñeca y la inmovilizó con mucho cuidado.
—¿Te has hecho daño? —le preguntó.
¡Santo Dios!, su voz era profundamente ronca y tenía un melodioso y marcado acento que sólo podía describirse como musical. Erótico. Y francamente estimulante.
Con todos los sentidos embotados, Jennie miró hacia arriba y…
Bueno…
Para ser honestos, sólo vio un par de cosas bastante notables. Y lo que vio hizo que las mejillas le ardieran más que un Ramyeon super picante. Después de todo, cómo no iba a verlas si estaban al alcance de su mano.
Al momento, la mujer se arrodilló a su lado, con mucha ternura le apartó el pelo de los ojos y pasó las manos por su cabeza en busca de una posible herida.
Jennie se recreó con la visión de su pecho. Incapaz de moverse ni de mirar otra cosa que no fuese aquella increíble piel, sintió la urgencia de gemir ante la intensa sensación que los dedos de aquella visión le estaban provocando en el pelo.
Le ardía todo el cuerpo.
— ¿Te has golpeado la cabeza? —le preguntó ella.
De nuevo, ese magnífico y extraño acento que reverberaba a través de su cuerpo, como una caricia cálida y relajante.
Jennie miró con mucha atención aquella extensión de piel dorada por el sol, que parecía pedirle a gritos a su mano que las tocaran.
¡La mujer prácticamente resplandecía!
Fascinada, deseó verle el rostro y comprobar por sí misma que era tan increíble como el resto de su cuerpo.
Cuando alzó la mirada más allá de los esculturales músculos de sus hombros, se quedó con la boca abierta. Y la botella de vino se deslizó entre sus adormecidos dedos.
¡Era ella!
¡No!, no podía ser.
Esto no podía estar sucediéndole a ella, y esa mujer divina no podía estar desnuda en su sala de estar con las manos enterradas en su pelo. Este tipo de cosas no pasaban en la vida real. Especialmente a las personas equilibradas como ella.
Pero aun así…
— ¿Lalisa? —preguntó sin aliento.
Tenía la poderosa y definida constitución de un gimnasta. Sus músculos eran duros, prominentes y magníficos, y muy bien definidos; tenía músculos hasta en lugares donde ni siquiera sabía que se podían tener. En los hombros, los bíceps, en los antebrazos; en el pecho, en la espalda. Y del cuello hasta las piernas.
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MI SUEÑO PROHIBIDO | JENLISA
Fiksi PenggemarUna mujer deseada por hombres y mujeres, tan inteligente y hermosa que causa los celos de los dioses quienes la condenan a vagar eternamente. Anhelante de las caricias de aquélla que la invoque, para proporcionarle un placer exquisito y supremo. ...