Capítulo 18

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— ¿Tara?

— Uy hace eones que nadie me llama así. Siempre me gustó más que Atenea.

La diosa se materializó delante de Lalisa, justo en el hueco de la puerta.

Aunque llevaba ropa moderna, tenía el pelo negro recogido sobre la cabeza, al estilo griego, con mechones rizados que le caían sobre los hombros. Sus pálidos ojos azules se llenaron de ternura al sonreír.

— ¿qué haces aquí?

— Tu madre me envió.

— ¿Todavía no es capaz de enfrentarme?

Tara apartó la mirada.

Lalisa sintió el repentino impulso de reírse a carcajadas. ¿Por qué se molestaba en esperar que su madre quisiera verla?

Debería estar acostumbrada.

Tara jugueteaba con uno de sus rizos, envolviéndoselo en el dedo, mientras la observaba con una extraña expresión de melancolía en el rostro.

— Que conste que te habría ayudado de haber sabido esto. Eras mi general favorita.

De repente, comprendió lo que había ocurrido tantos siglos atrás.

— Me utilizaste en tu guerra contra Angkarn, ¿verdad?

Vio la culpa reflejada en los ojos de la diosa antes de que ella pudiese ocultarla.

— Lo hecho, hecho está.

Con los labios fruncidos por la ira, la miró furiosa.

— ¿Ah, sí? ¿Por qué me enviaste a esa batalla cuando sabías que Angkarn me
odiaba?

— Porque sabía que podías ganar, y yo odiaba a los del clan Samchai. Eras la única
general que tenía que podía deshacerse del traidor que destruyó mi templo, y así lo hiciste. Jamás me he sentido más orgullosa de ti que aquel día, cuando le cortaste la cabeza.

Cegada por la amargura, era incapaz de creer lo que estaba escuchando.

— ¿Ahora me dices que estabas orgullosa?

La diosa ignoró su pregunta.

— Tu madre y yo hemos hablado con Cloto para que te ayude.

Lalisa se paralizó al escucharla. Cloto era la Parca encargada de las vidas de los humanos. A la que conocían como la hilandera del destino.

— ¿Y?

— Si consigues romper la maldición, podremos devolverte a Banthai; regresarás al mismo día en que fuiste maldecida a permanecer en el pergamino.

— ¿Puedo regresar? —repitió, anonadada por la incredulidad.

— Pero no se te permitirá volver a luchar. Si lo haces, podrías cambiar el curso de la historia. Si te enviamos de vuelta, deberás jurar que vivirás retirada en tu villa.

Siempre había una trampa. Debería haberlo recordado antes de pensar que podían ayudarla.

— ¿Con qué propósito, entonces?

— Vivirás en tu época. En el mundo que conoces —diciendo esto, echó un vistazo al baño—. O puedes permanecer aquí, si lo prefieres. La elección es tuya.

Lalisa resopló.

— Menuda elección.

— Es mejor que no tener ninguna.

¿Sería cierto? Ya no estaba segura de nada.

— ¿Y mis hijos? —preguntó. Quería, no, deseaba volver a ver a su familia, a las dos únicas personas que habían significado algo para ella.

MI SUEÑO PROHIBIDO | JENLISADonde viven las historias. Descúbrelo ahora