Capítulo 16

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Jennie permaneció inmóvil durante horas, escuchando la respiración tranquila y acompasada de Lalisa, mientras dormía a su lado. Había colocado una pierna entre sus muslos y le rodeaba la cintura con un brazo.
La sensación de su cuerpo, envolviéndola, la hacía palpitar de deseo.

Y su olor…

Lo que más le gustaría en esos momentos era darse la vuelta y enterrar la nariz en el aroma cálido y amaderado de su piel. Nadie la había hecho sentirse así jamás. Tan querida, tan segura. Tan deseable...

Y se preguntaba cómo era posible, teniendo en cuenta que apenas se conocían. Lalisa llegaba a una parte de su interior que iba más allá del puro deseo físico. Era tan fuerte, tan dulce… Y tan divertida. La hacía reír y le encogía el corazón.

Alargó el brazo y pasó los dedos con suavidad por la mano que tenía colocada justo bajo su barbilla. Tenía unas manos preciosas. Largas y ahusadas. Aun relajadas durante el sueño, su fuerza era innegable. Y la magia que obraban en su cuerpo… Un milagro.

Pasó el pulgar por su anillo de general y comenzó a preguntarse cómo habría sido Lalisa entonces. A menos que la maldición hubiese alterado su apariencia física, no parecía ser muy mayor, no aparentaba más de treinta y eso ya era exagerar.

¿Cómo podría haber liderado un ejército a una edad tan temprana? Pero claro, Alejandro Magno apenas si tenía edad para afeitarse cuando comenzó sus campañas.

Alisa debía haber tenido una apariencia magnífica en el campo de batalla. Jennie cerró los ojos e intentó imaginársela a caballo, luchando contra sus enemigos. Podía ver una vívida imagen de la general vestida con la armadura y con la espada en alto mientras luchaba cuerpo a cuerpo con otros guerreros.

— ¿Bambam?

Jennie se tensó al escuchar el murmullo. Lalisa estaba dormida. Giró sobre el colchón y la miró.

— ¿Lisa?

La rubia adoptó una postura rígida y comenzó a hablar en una confusa mezcla de
Tailandes y otro idioma que ella no reconocía tal vez era incluso más antiguo.

— ¡No! ¡Pheụ̄̀xn! ¡Phī̀ chāy! ¡No! —y se incorporó hasta quedar sentada en la
cama.

Jennie no podía saber si estaba dormida o despierta.

Le tocó el brazo instintivamente y, lanzando una maldición, ella la agarró con fuerza y tiró de ella hasta ponerla sobre sus muslos. Después volvió a arrojarla a la cama, con una mirada salvaje y los labios fruncidos.

— ¡Maldito seas! —gruñó.

— Lalisa —jadeó Jennie, luchando por liberarse mientras la guerrera la agarraba con más fuerza por el brazo—. ¡Soy yo, Jennie!

— ¿Jennie? —repitió con el ceño fruncido, intentando enfocar la mirada. Se apartó de ella parpadeando. Alzó las manos y las observó como si fuesen dos apéndices extraños que no hubiese visto jamás. Después clavó los ojos en la morena.

— ¿Te he hecho daño?

— No, estoy bien. ¿Y tú?

La rubia no contestó.

— ¿Lalisa? —dijo mientras la tocaba, pero la tailandesa se alejó de ella como si se apartase de una criatura venenosa.

— Estoy bien. Era un mal sueño.

— ¿Un mal sueño o un mal recuerdo?

— Un mal recuerdo que me persigue en sueños —murmuró con la voz cargada de dolor, y se levantó—. Debería dormir en otro sitio.

MI SUEÑO PROHIBIDO | JENLISADonde viven las historias. Descúbrelo ahora