Capítulo 15

1.3K 153 5
                                    

Lalisa sintió que todo le daba vueltas. Tenía que hacerla suya. Y si no podía hacerlo de una manera, por todos los dioses que lo haría de otra.

Tomando toda la fuerza se voluntad qué podía, se detuvo a pensar en las palabras de su hermano. Había dicho textualmente qué si ellas "compartían" placer antes de la luna llena, no habría posibilidad de romper su maldición. Pero compartir era una palabra que involucraba disfrutar al mismo tiempo, además también estaba el designio directo de "conectar sus centros". Si hacía que la morena de deshiciera en sus brazos o en su boca. No sería exactamente compartir placer. Se lo estaría dando a ella. No lo recibiría, al menos no totalmente.

Esa era la respuesta.

Se apartó de ella y se movió hacia abajo, pasando los labios por su estómago y besándole las caderas mientras le quitaba las braguitas.

Jennie temblaba de pies a cabeza al sentir el poder que la tailandesa ostentaba en ese momento.

— Por favor —le suplicó, incapaz de soportarlo más.

La rubia apartó los muslos con los codos y Jennie se lo permitió sin protestar. Colocó las manos bajo ella y le elevó las caderas hasta que le pasó las piernas por encima de sus hombros.

Los ojos se le abrieron de par en par en el mismo instante en que la guerrera la tomó en la boca.

Jennie enterró las manos en el cabello rubio y echó la cabeza hacia atrás, siseando de placer ante las caricias tan íntimas que la lengua de la tailandesa le prodigaba. Jamás había experimentado algo así. Una y otra vez, penetrándola con la lengua implacablemente, ella la lamía, la atormentaba, hurgaba en su interior hasta dejarla sin aliento, exhausta.

Lalisa cerró los ojos y gruñó cuando probó su sabor. Y disfrutó de la sensación. Los murmullos de placer que escapaban de la garganta de Jennie, resonaban en sus oídos. Percibía cómo ella reaccionaba ante cada caricia sensual de su lengua, cuidadosamente ejecutada. De hecho, sentía como le temblaban los muslos y las nalgas, como se estremecían contra sus hombros y sus mejillas.

Jennie se retorcía de modo muy erótico en respuesta a sus caricias. Con la respiración entrecortada, Lalisa quiso mostrarle exactamente lo que se había estado perdiendo. Cuando saliera de la habitación esa noche, Jennie no volvería a encogerse de temor ante sus caricias.

Ella gimoteó cuando movió la mano despacio para introducir el pulgar en su
vagina, mientras continuaba lamiéndola.

— ¡Lalisa! —jadeó con un involuntario estremecimiento de su cuerpo.

Ella movió el dedo y la lengua aún más rápido, más profundo, aumentando la
presión mientras giraba y giraba. Jennie sentía que la cabeza le daba vueltas por
el roce Lalisa en sus muslos, en su sexo. Y, cuando pensaba que ya no podría soportarlo más, alcanzó el clímax de forma tan violenta que echó la cabeza hacia atrás y gritó mientras su cuerpo se convulsionaba por las continuas oleadas de placer. Pero la guerrera no se detuvo, siguió prodigándole caricias hasta que tuvo otro nuevo orgasmo, casi seguido al primero.

La tercera vez que le ocurrió pensó que moriría. Débil, y totalmente saciada, sacudía la cabeza a uno y otro lado, sobre la almohada, mientras la rubia continuaba su implacable asalto.

— Lisa, por favor —le suplicó mientras su cuerpo seguía experimentando continuos espasmos por sus caricias—. No puedo más.
Sólo entonces, ella se apartó.

Jennie se sentía palpitar desde la cabeza hasta los pies, y respiraba entrecortadamente. Jamás había conocido un placer tan intenso. Lalisa trazó una senda de besos desde sus muslos hasta su garganta, y allí se quedó.

MI SUEÑO PROHIBIDO | JENLISADonde viven las historias. Descúbrelo ahora