Capítulo 10

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— ¡Ven aquí, pedazo de mierda…! —Lalisa dejó caer una retahíla de maldiciones que hubiesen avergonzado hasta a un marinero.

Jennie abrió los ojos como platos. No estaba muy segura de qué le sorprendía más: si el ataque de la tailandesa al desconocido motero o el lenguaje que estaba usando.

Como ella no dejaba de darle puñetazos, el tipo empezó a defenderse; pero sus habilidades en la lucha no se aproximaban, ni de lejos, a las de la rubia.

Olvidando por completo a Jisoo, Jennie salió corriendo hacia ellos con el corazón latiendo desbocado mientras intentaba pensar lo que hacer. No había manera de interponerse entre los dos, teniendo en cuenta que intentaban matarse entre sí tendidos en el suelo.

— ¡Lisa, detente antes de que le hagas daño! —gritó la chica que les acompañaba.

Jennie se detuvo al escucharla, incapaz de moverse.

¿Lisa? ¿Acaso era una especie de nombre cariñoso? ¿Cómo es que la conocían?

La mujer daba vueltas alrededor de ambos, en un intento de ayudar al motero y estorbar a la tailandesa.

— Cielo, ten cuidado, va a… ¡Ay, eso ha debido doler! —la mujer se encogió en un gesto de dolor, cuando Lalisa golpeó al tipo en la nariz—. ¡Lalisa, deja de pegarle de ese modo! Vas a hacer que se le hinche la nariz. ¡Uf, corazón, agáchate!

El motero no se agachó y Lalisa le asestó un tremendo puñetazo en la barbilla, que lo golpear su cabeza en el pavimento. La mirada de Jennie pasaba de la rubia a la mujer con total incredulidad, anonadada.

¿Cómo era posible que se conocieran?

— ¡Phikanet, corazón! ¡No! —gritó la chica de nuevo, agitando las manos frenéticamente delante de la cara.

Jisoo se acercó hasta su amiga.

— ¿Éste es el Phra Phikanet que Lalisa ha invocado?—le preguntó Jennie.

Jisoo se encogió de hombros.

— Puede ser; pero jamás me habría imaginado a un Dios de motero.

— ¿Dónde está Angkarn? —preguntó Lalisa a Phikanet, mientras lo agarraba para empujarlo sobre la pista de concreto.

— No lo sé —le contestó, forcejeando para apartar las manos de la rubia de su camiseta.

— No te atrevas a mentirme —gruñó Lalisa.

— ¡No lo sé!

La rubia lo sujetó con la fuerza que otorgan tres mil años de dolor y rabia. Las manos le temblaban mientras le tiraba de la camiseta. Pero aún peores que el deseo de matarle allí mismo, eran las implacables preguntas que resonaban en su cabeza.

¿Por qué nadie había acudido antes a sus llamadas?

¿Por qué la había traicionado Phikanet?

¿Por qué la habían dejado sola para que sufriera?

— ¿Dónde está? —preguntó de nuevo la guerrera.

— Comiendo, eructando; ¡demonios! No lo sé. Hace una eternidad que no lo veo.

Lalisa lo soltó. Tenía la cara desencajada por la ira.

— Tengo que encontrarlo —dijo entre dientes—. Ahora.

En la mandíbula de Phikanet comenzó a palpitar un músculo mientras intentaba alisarse las arrugas de la camiseta.

— Bueno, dándome una golpiza no vas a llamar su atención.

MI SUEÑO PROHIBIDO | JENLISADonde viven las historias. Descúbrelo ahora