Capítulo 17

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Lalisa se llevó las manos a la cara, presionándose con fuerza los ojos, mientras el horror de lo sucedido aquel día la inundaba de nuevo; pero ahora sentía las caricias de Jennie en la espalda, y se sentía reconfortada.

Jamás sería capaz de olvidar la imagen de sus niños, el miedo en el corazón. La agonía más absoluta. Lo único que había amado en el mundo eran sus hijos.

Y sólo ellos la habían amado. ¿Por qué? ¿Por qué tuvieron que sufrir a causa de sus errores? ¿Por qué tuvo Angkarn que torturarla haciendo que ellos sufrieran?

¿Y cómo pudo permitir Parvati que todo aquello sucediese? Una cosa era que no le hiciera caso a ella, pero dejar que sus hijos murieran…

Por eso fue aquel día a su templo. Había planeado matar a Angkarn. Arrancarle la cabeza de los hombros y clavarla en una lanza.

— ¿Qué ocurrió? —le preguntó Jennie, devolviéndolo al presente.

— Cuando entré en la habitación era demasiado tarde —dijo con la garganta casi cerrada por el dolor—. Los niños estaban muertos; Somi los asesinó y luego... se abrió las muñecas y yacía junto a ellos. Llamé a un médico para que intentara detener la hemorragia —entonces hizo una pausa—. Mientras exhalaba su último aliento, me escupió a la cara.

Jennie cerró los ojos, consumida por el dolor de Lalisa. Era peor de lo que había imaginado.

¡Santo Dios! ¿Cómo había sobrevivido? Había escuchado numerosos relatos de tragedias a lo largo de su vida, pero ninguno podía compararse con lo que Lalisa había sufrido. Y lo pasó ella sola, sin nadie que la ayudara. Sin nadie que la amara.

— Lo siento tanto —susurró ella acariciándole el pecho para consolarlo.

— Aún no puedo creer que estén muertos —murmuró ella con la voz rota de dolor—. Me preguntaste qué hacía mientras estaba en el libro. Recordar las caras de mis hijos; de mi hijo y de mi hija. Recordar sus bracitos alrededor de mi cuello. Recordar cómo salían corriendo a mi encuentro cada vez que regresaba a casa, después de una campaña. Y revivir cada uno de los momentos de ese día, deseando haber hecho algo para salvarlos.

Jennie parpadeó para alejar las lágrimas. No era de extrañar que jamás hubiese hablado a nadie de eso.

Lalisa tomó una profunda bocanada de aire.

— Los dioses ni siquiera me conceden caer en la locura para poder escapar a mis recuerdos. No se me permite semejante alivio.

Después de esas palabras, no volvió a hablar. Se limitó a quedarse inmóvil entre los brazos de Jennie, que sorprendida por su fortaleza, estuvo sentada tras ella durante horas, abrazándola. No sabía qué más podía hacer.

Por primera vez en años, sus habilidades de psicóloga le fallaron por completo.

Cuando se despertó, la luz del sol entraba a raudales por las ventanas. Tardó todo un minuto en recordar lo acontecido la noche anterior. Se sentó en la cama e intentó tocar a Lalisa, pero estaba sola.

— ¿Lisa? —la llamó.

Nadie contestó.

Echando a un lado el edredón, se levantó y se vistió deprisa.

— ¿Lalisa? —volvió a llamarla, mientras bajaba las escaleras.

Nada. Ni un sonido, aparte de los latidos frenéticos de su corazón.

El pánico comenzó a abrirse paso en su cabeza. ¿Le habría sucedido algo?

Entró corriendo en la sala de estar; el libro estaba sobre la mesita de café. Pasando las páginas con rapidez, vio que la hoja donde había estado el dibujo de la guerrera seguía en blanco. Aliviada por el hecho de que no hubiese regresado al libro, continuó registrando la casa.

MI SUEÑO PROHIBIDO | JENLISADonde viven las historias. Descúbrelo ahora