Perder

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Ayer escuché que el amor es como una estrella fugaz, si parpadeas te lo pierdes, hoy lo he confirmado.

Soy una perdedora, sin referirme a la significación que suelen darle aquellos guiones americanos, soy una perdedora porque he perdido, te he perdido a ti.

Y es que ha sido todo mi culpa, he descuidado la planta de la esquina de mi casa.

No se ha muerto, pero está apagada, sin agua, sol o aire.

Como aquel quien olvida respirar, pero el respirar no sé olvida, se deja de hacer por voluntad propia.

Te he perdido, has dejado de sonreír y he estado ciega, egoísta, ansiosa.

Ocupada hundiendome en la grama sin comprender que tú ya estabas bajo tierra.

Abandonado como perro en carretera.

Perdido entre palabras no dichas por mis labios y miradas no hechas por mis ojos.

He dedicado mi existencia a mí, sin recordar que estabas ahí, parado con las botas de lluvia sobrepasando tus pies de la misma forma que tus lágrimas sobrepasaban tu rostro.

¿Y sabes qué he hecho?

No he abierto la puerta, te he dejado afuera en el frío de aquellos que no son abrigados, he hecho que te resfríes de soledad, de angustia.

Soledad a mi amor, pues es que no estás del todo solo pero sé que así te sientes.

Perdí, perdí tu mirada por estar empapada de otras pupilas, de prejuicios que no eran míos pero así lo deseaba.

Ahora ya no me ves, no me tocas, la costumbre supera al amor.

Y tú ya te has acostumbrado a vivir sin él mío.

¿Por qué no soy capaz de amar el dolor de otros más que el mío? No soy capaz de temblar por la ansiedad de otro más que la mía.

Y ahí es en donde te he perdido.

Tus rodillas se han doblado implorando mi regreso, mientras yo estaba de espaldas, con la cabeza muy arriba, en las nubes, sin poder verte.

Te has lanzado al mar, esperando anclarte a mi cuerpo, sin entender que yo era agua, no arena.

¿No se entiende?

Perdí porque soy inestable, soy aquella madera que flota en el vaivén de las olas.

Mientras tú eres la palmera que aún en la tormenta se aferra a sus raíces.

Te he perdido por eso, por ser tormenta y no raíz.

Ahora que lo he superado te extraño, como niño en invierno que depreca el verano.

Como luna que añora el sol en la oscuridad, jamás llego a ti porque ya has dado la vuelta, mientras yo sigo en la noche, aferrada a llantos que no son míos y nostalgias pasajeras.

Aferrada a un pasado.

Te he perdido, perdido como quien apoya sus manos en las puertas del tren mientras su reloj le indica que ya va tarde.

Yo voy tarde a tu corazón.

No he llegado.

Lo he roto por la espera, el agua ha inundado el auto esperando en el fondo del mar.

Y he estado buceando como si no supiera que la presión ya ha roto el cristal que te protegía de mi mar.

Te he lanzado al espacio sin darte oxígeno.

Hoy he despertado, mis pestañas han dejado de cubrirme y al verte me dí cuenta.

Te perdí, has muerto en vida, con los ojos casi tocando el suelo y los hombros en postura baja, la cara mojada.

La diferencia es que ya no rogabas, tus rodillas no tocaban el suelo, tu mano no arrastraba mi ropa intentando devolver mi consciencia a una realidad objetiva.

Ahora yo estaba en el suelo, intentando atraerte, pidiendo que vuelvas de la oscuridad que yo misma te he sumergido.

Te tiré sin flotadores esperando que nadaras, ahora te has ahogado.

Me miras a los ojos con la incertidumbre de nuestro amor, amor que he quebrado y ahora quiero pegar.

Lloró para que me mires, mientras tu rostro no suelta una almohada.

Me he recuperado de la tristeza.

Pero me llenado de un verbo peligroso, tan peligroso como la naturaleza que nos ha sofocado.

Perder.

Yo te perdí, porque a aquello me he destinado, a olvidar como eran tus ojos alegres.

Y es que al final...

Me dediqué a perderte porque cuando eras la estrella...

Yo parpadeé.

—Rouse.

LAS CARTAS DE AMOR QUE NUNCA SE ENVIARONDonde viven las historias. Descúbrelo ahora